viernes, 11 de noviembre de 2016

Carla Morrison en La Trastienda

Julio Humberto Grondona, el que parecía que iba a ser eterno presidente de AFA, llevaba un anillo de oro con la frase “todo pasa” grabado. No solo no se lo sacaba nunca, sino que solía exhibirlo como muestra de fortaleza y de poder. Como símbolo de que el tiempo, la paciencia y el olvido eran sus mejores aliados. A mediados de 2012, Nélida, la esposa de Grondona, falleció. Cuentan que don Julio la noche del velorio se sacó su anillo y nunca más volvió a ponérselo. Evidentemente no, no todo pasa. Hay cosas que no tienen remedio.
Por qué cuento esto abriendo una crónica musical? Porque las noticias del 0-3 de la selección contra Brasil y la muerte de Leonard Cohen me llegaron juntas, justo cuando Carla Morrison cantaba una canción que precisamente se llama así: "Todo pasa". Se mezclaba entonces todo: la música, el fútbol, la poesía, México y la muerte. Después Carla va a pedir que la dejen llorar, citando a uno de sus temas más conocidos. Esa donde suplica “Déjenme llorar, quiero despedirme en silencio, hacer mi mente razonar que para esto no hay remedio”. No se refiere a la muerte sino a un amor perdido. Pero en la intensidad con la que Carla Morrison se toma las cosas, uno nunca puede estar seguro.
La noche había empezado con una agradable sorpresa: Lucio Mantel haciendo canciones de su disco “Confín” más alguna del resto de su repertorio como “En el siguiente suspiro”. Amenizó la espera de la mejor manera y cerró su set de unos veinte minutos con “Miniatura”. El hielo había enfriado el trago y La Trastienda estaba repleta.
Llegué hasta Carla Morrison por varios caminos diferentes. Ya sean sus colaboraciones con Calexico y Bunbury, o alguna canción ofrecida al azar por los caprichos de los algoritmos de la web. Y siempre la referencia ineludible, la que me obligó a levatarme a buscar más info acerca de lo que estaba escuchando fue las misma: su voz soprano, fragil y dulce a la vez. Perfecta. Después llegó el hipsterimos made in Pichfork con la crítica de “Amor supremo”, pero aunque el sitio a veces me provoca más sospechas que certezas, cuando escuché el disco supe al instante que con la mexicana, habían acertado.
Carla abrió su show con “Un beso”, precisamente de ese últmo disco. El tema se sostiene en la percusión mientra Carla promete que “te voy a secuestrar, yo te voy a robar un beso”. Los sintetizadores hacen que esa amenaza de tomar la iniciativa para con un amor prohibido parezca una caricia. Y aunque más adelante habrá muchas otras citas al álbum, alcanza para saber que esa será la propuesta: un sonido envolvente, casi de ensoñación, revistiendo a la voz de Carla cantando una y otra vez sus penas de amor.
Probablemente el punto más flojo del arte de Carla sean las letras. Porque claro, cuando se le canta casi siempre a lo mismo y en primera persona, es mucho el riesgo de repetirse, y en una obsesiva búsqueda por evitarlo, caer en lugares comunes. En esa continuidad de exponer a su corazón roto hay mucho de edulcorado. Pero cuidado, excepto en alguna frase aislada en la que el tarro de azúcar parece habérsele derramado en el cerebro, en ese punto Carla Morrison está más cerca de Juan Gabriel que de Alejandro Sanz.
Además en los tres años previos a la grabación de "Amor supremo", la mexicana se dedicó a vivir y gozar, pero también a construir su madurez (personal y artística) tomando las riendas de su carrera con decisión y encontrando en el budismo algunas respuestas a las razones de su paso por este mundo. Y la experiencia se plasma en la forma de asumir los desengaños, como cuando canta su dolor con fortaleza y aceptación, e incluso sugiriendo que también ella es capaz de destrozar corazones.
En el setlist Carla Morrison va mechando temas nuevos (“Azuca morena”, “Vez primera”) con otros temas de su repertorio inicial (“Eres tú”, “Pajarito de amor”). A veces se muestra con ganas de hablar, de contar los momentos en que nacieron las canciones, de citar la sencillez sabia de de su madre y sus sonsejos, de su Tecate natal. También recordó su trabajo de oficinista en Macy's durante sus primeros pasos en USA. Y obvio, las noticias no podían pasar inadvertidas, aunque Carla disimuló su decepción con una ironía (“No more” dijo cuando hablaba de la migración hacia el norte en busca de oportunidades). En las redes se mostró mucho más afectada al respecto.
Las canciones de Carla que a mí más me atraen son las nuevas. Allí los arreglos cren un clima donde la voz pareciera perderse en sus lamentos. Los sintetizadores y las guitarras toman el mando y el climax llega en “No vuelvo jamás” en donde Carla Morrison definitivamente se vuelve una Elizabeth Fraser latina. Aunque en lo emocional, el efecto más contundente es cuando de rodillas, completamente entregada, canta en “Disfruto” (Déjenme llorar – 2012) que “quiero abrazarte, esperarte, adorarte, tenerte paciencia”. Podría llegar a parecer demasiado, sin embargo cuando Carla nos dice “Si les gusta mi música, son igual que yo”, acierta un gancho a la mandíbula que derriba cualquier pretensión de falsa dureza. En el tramo final, se pasea por entre las mesas cantando y hasta recibe un ramo de flores de un espectador.
Después de un par de bises la despedida final fue con “Yo sigo aquí”, otra de las canciones que muestran a Carla anclada a un amor perdido. Y se va mientras la banda termina de tocar, pero el show no terminó aunque ya no vaya a haber música sobre el escenario. Porque mientras las luces se encienden, empieza a sonar “Idioteque”. Otra voz quebradiza, en otro idioma, relatando un apocalipsis. No puede ser casual. “Aquí estoy vivo, todo el tiempo” canta Yorke mientras el mundo se desploma. Igual que Carla, que unos instantes antes había cantado “yo sigo parada aquí” cuando el mundo que se desplomaba era el suyo.
Afuera, la selección argentina se alejaba de Rusia, Donald Trump tomaba el mando de los EEUU y el mundo ya no tenía a Leonard Cohen para compensar. Atrás quedaba la voz fragil de una chica que no teme cantar con extrema belleza e intensidad, mientras exhibe cada una de sus cicatrices.


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