En los últimos años el
rock local sufrió dos pérdidas irreparables: la de Luis Alberto
Spinetta y la de Gustavo Cerati. No viene al caso convertir este
posteo en una vindicación de semejantes artistas (innecesaria, por
otra parte), sino simplemente necesito empezar citándolos, porque a
la hora de contar el concierto de ayer en el Centro Cultural
Kirchner, necesariamente tienen que ser el punto referencial de
partida.
El ciclo En la Cupula,
curado por Tweety Gonzalez, se aboca a darle el espacio a un montón
de artistas nuevos (y no tanto) que el circuito comercial les
retacea. Es muy dificil componer una lógica entre la cantidad de
espacios culturales cerrados en los últimos tiempos (tanto por
cuestiones económicas como amparados bajo absurdos burocráticos) y
este ciclo, que en su esencia mantiene el espíritu que uno percibía
en el Centro Cultural antes del cambio de administración. Lo cierto
es que el ciclo existe y uno no puede hacer otra cosa que celebrarlo.
Y en mi caso particular, disfrutarlo en vivo.
Ya había estado en la
presentación del ciclo con los shows de Audia Valdez y Zero Kill, y
ayer concurrí especialmente para ver la performance en vivo de
Martin Rodriguez, cuyo disco homónimo (publicado por Twitin Records)
fue una de las gratas sorpresas que entregó el 2016.
Pero la noche no estaba
dedicada a él en exclusiva, así que no puedo dejar pasar por alto
la apertura a cargo de Darío Jalfin, quien presentó su nuevo álbum
“La ilusión”. Acompañado de Los Alquimistas, el pianista y
cantante mostró un compilado de canciones que se sostienen en
melodías de una belleza que exigen a los sentidos para su disfrute
completo, y arreglos cuidados que son un compendio de sonidos
delicados y arreglos preciosos(que incluyen cello, flauta y
clarinete) que visten las canciones llevándolas al terreno de un
jazz suave, al que resulta imposible no emparentar (y en eso el piano
de Jalfin es fundamental) con el primer Spinetta Jade.
El show contó con
invitados, como la violista Christine Brebes y la voz de Loli Molina
para una versión de “Dulce condena” y más tarde María Ezquiaga
(la pareja de Darío, con quien grabara “Entre los dos” hace un
par de años) en “Deja”. A mi juicio el momento el mejor momento
del set fue la versión musicalizada del poema “Everness” de
Jorge Luis Borges, cuya inclusión en el disco fue vetada por la
inquebrantable María Kodama. Hubo citas a Luis A. Spinetta (A
Starosta el idiota) y hasta un estreno, para terminar con “La
Balsa”, cierre que redondea con Nebbia otra de las referencias
inevitables a la hora de hablar de la música de Darío.
Después sí llegó el
turno de Martín Rodriguez, en formato trío, acompañado por
Alejandro Castellani en batería y Mauro Toro en bajo. Para los que
no escucharon la música de Martín, resultará imposible percibir la
diferencia entre el cuidado sonido del trío en el disco y el
expansivo alcance del grupo en vivo. Ya la apertura con “Señal
azul”, da la pauta de una crudeza que en el disco aparece más
medida. Y si antes con Jalfin la referencia spinetteana venía por el
lado de Jade, acá la referencia se va corriendo desde el final de la
etapa solista de Luis hasta Los Socios del Desierto (y en esto el
formato del trío en vivo ayuda mucho). Están muy claras las
influencias y el gran mérito de Martin reside en que eso no suele
forzado, y que el acercamiento, además de honesto sea el punto de
partida para construir canciones que encantan por sus propias
virtudes. “Corré, vení”, “Siempre así” y “Para ver”
son ejemplos de melodías de una belleza y cuidado estético que
seducen a primera escucha, y encadenadas en el show convencen al más
desprevenido de que está frente a algo grande.
Días atrás Martín
tuvo la delicadeza de venir a cantar en vivo a mi programa radial de covers, y allí con su guitarra acústica pasó por la chansón
francesa, el tango, el folklore latinamericano, además de por
supuesto el rock al que solemos etiquetar como “nacional”. Anoche
salió de ese molde a la hora de versionar temas ajenos, y sorprendió
con un “Across the universe” convertida en un funk rockerísimo
en donde el trío alcanzó momentos dignos de Divididos. Después con
Jalfin como invitado, volvió a su tono con “Iluminante”. (Dato
ad hoc, el arreglo de cuerdas original estuvo a cargo de Carlos
Villavicencio, el mismo de alguna orquestación en "Los ojos").
Para el final quedaron
el impecable “Si abres oiras”, primer tema del disco y tal vez el
más logrado y entrador, y “Salto al vacío”, otra inocultable
cita spinetteana que se resuelve en un estribillo que cita a la otra
gran influencia de Martín: Gustavo Cerati. Allí más que
influencias que convergen, lo que uno halla es la continudad de una
línea compositiva que felizmente Martín se muestra decidido a
continuar. Gran versión, con descarga emocional incluida, a la hora
de recordar a su padre
“Saga (Dragón)”
quedó para el cierre, otro rítmico momento de la noche en el tema
con más de Cerati del álbum. Y si bien algunos nos quedamos con la
idea de escuchar una canción más, los rígidos horarios del CCK
primaron. No hubo bis, y sí aparecieron las amables sugerencias a
desalojar la sala con ritmo. Lástima, porque después de dos horas
de disfrute musical, sentado en el piso de madera de ese ámbito
hermoso, la noche merecía un final más relajado.
El ciclo continua el
próximo jueves 11 con Proyecto Gomez Casa y Ulises Butrón. Yo que
ustedes, lo estaría agendando.
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