En mayo se van a cumplir cinco años
de la primera visita de Laura Marling a Buenos Aires. En aquella
oportunidad vino a formar parte de un festival y en una de las fechas
le tocó telonear a Jack Johnson. Sin embargo se había reservado un
encuentro ínitimo con sus fans en el Samsung Sutdio en donde nos
regaló una docena de canciones. Fue aquella vez cuando un puñado de
personas apiñadas frente a un escenario, cuando comprobamos la
madurez de una artista que parecía haber nacido con ella. Laura
tenía por entonces 21 años y sin embargo cantaba como si tuviera
diez vidas vividas por contar.
Estamos en 2016 y a esta altura la
británica parece haber superado hace rato cualquier tipo de
prejuicio y carga que pudieran haberle significado las calificaciones
que fue recibiendo a lo largo de su carrera. El aporte económico que
supone su familia de título nobiliario, y la facilidad con la que
llegó a grabar su primer disco (“Alas, I cannot swim”) de la
mano de Charlie Fink de Noah and the Whale, su pareja por entonces,
entran en la columna de los prejuicios. Que a los 18 años se haya
hecho referencia a ella comparándola con Joni Mitchell puede
significar para una joven apenas dejando la adolescencia una (usando
una expresión de moda) más que pesada herencia.
Sin embargo Laura Marling atravesó
todo. Convivió con noviazgos de alta exposición (Marcus Mumford),
despedazó a los prejucios a fuerza de canciones maravillosas, siguió
ganando premios y cosechando elogios, y u día a los 23 años dijo
estar cansada, amenazó con dejar la música, y como si aquellas
comparaciones con Joni Mitchell le hubieran guionado un recorido, se
fue a vivir a California.
Dos años después reapareció con
“Short movie”, un disco que la devolvió con algunos pequeños
cambios: la aparición de algunas guitarras eléctricas en sus
canciones, el pelo corto y unos leves tonos aterciopelados en su
voz, que le aportan cierta gravedad a las nuevas canciones. Hasta acá
un resumen de todo lo previo y la expectativa que singificaba su
regreso al país (en sus tiempos californianos y anunciando un plan
de moderada vida nómade, alguna vez nombró a Argentina como posible
lugar de residencia). Pero anoche estuvimos otra vez cara a cara con
ella, y eso es lo que vengo a contar.
Es cierto que la inflación ha mermado
el poder adquisitivo y que la devaluación aumentado los precios de
las entradas para poder ver a artistas internacionales, pero yo le
adjudico que anoche La Trastienda haya estado apenas a la mitad de su
capacidad, a la paupérrima campaña de prensa alrededor del show.
Aún así éramos unos cuantos más que en aquel 2011 los que nos
vimos sorprendidos cuando con una puntualidad digna de su
procedencia, Laura Marling salió al escenario acompañada apenas por
un contrabajo y una batería.
El concierto fue breve e intenso.
Comenzó con la sucesión de cuatros temas que abren “Once I was an
eagle”, su trabajo anterior de 2013: “Take the night off”, “I
was an eagle”, “You know” y “Breathe” y que interpreta a
modo de suite. Recién después saluda levemente, sosteniendo una
postura parca sobre el escenario que intentará sostener durante todo
el concierto. Y si digo intentará, es porque un par de exaltados
elogios conseguiran quebrarla durante un par de momentos de la noche,
y arrancarle una sonrisa y hasta “charming man” como devolución
al elogio. Pero esa actitud auténtica y transparente hace a su
escencia: cuando Laura Marling canta sus canciones expresa cada uno
de sus sentimientos que motivaron los versos que va cantando. Por
ejemplo en “Short movie” (primer tema nuevo que cantó, a
continuación de la magnífica “Master hunter”), cuando sus
gestos acompañan una rabia resignada que confiesa “estoy pagando
por mi error y eso está bien”.
La guitarra eléctrica estuvo ausente
y tal vez por eso no hubo tantos temas de “Short movie” en el
setlist como uno esperaba. De todas formas hay una conexión entre
todas sus canciones que no produce quiebres en los climas, más de
los que la propia Laura pretende darle al show. Si bien sus agudos
son los que remitieron de entrada a Joni Mitchell, su procedencia, y
la riqueza y colorido de su voz me llevan inmediatamente a pensar en
Sandy Denny. Y además Laura es una gran guitarrista capaz de
orientar sus canciones hacia la melancolía de un Nick Drake, y
tambiér hacer que sus temas suenen como para que uno sienta que bien
podrían haber formado parte de Led Zeppelin III (“The muse”, por
ejemplo)
A la hora de las versiones escuchamos
la previsible (porque suele formar parte de sus shows) “Do I ever
cross your mind” de Dolly Parton, y la inesperada “Up to me” de
Bob Dylan. De las suyas celebramos mucho la blusera “Ramblin man”
y las melancólica “Once” y “Sophia”. Laura recordó su paso
anterior por Buenos Aires (que incluyó la grabación de un video),
preguntó por cuántos presentes anoche habíamos estado aquella vez,
y en ese desenvolvimiento se sobrepuso a cierta timidez que le noté
en aquella primera visita. Y hasta se animó a estrenar un tema.
Al cantar versos como “You must let
me go before I get old I need to find someone who really wants to be
mine” (“I feel your love”), Laura expone toda su fragilidad.
Pero quienes la seguimos sabemos que eso bien puede resultar
aparente, y que también es capaz de afirmar que “Woman alone is
not a woman undone” (“Daisy”) y que allí florece la mujer
dispuesta a no dejarse arrastrar más allá de cualquier pretensión
ajena.
Para el final de un show de apenas una
hora y diez minutos, Laura Marling eligió despedirse con “How can
I”, tal vez la canción que mejor expresa su periplo californiano y
el regreso a su música y su tierra. “Me gustaría ir a cualquier
parte contigo. Voy a ir cuando me preguntes: cómo puedo vivir sin
ti?. Voy a volver al Este donde pertenezco, pero cómo voy a vivir
sin tí?”. Teñidos por esas palabras, cubiertos por esa melancolía
tierna y dura a la vez, volvimos a las calles de San Telmo. Si
alguien cree que la niebla con la que amaneció esta mañana Buenos
Aires nos tomó por sorpresa, se equivoca.
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