domingo, 28 de septiembre de 2014

Richard Coleman en el Teatro opera

                Si bien el show de Richard Coleman en el Opera estaba programado desde unos meses antes, el mediodía del 4 de Septiembre le cambió el signo por completo. La muerte de Gustavo Cerati llevó a que todos, artista y público, concurramos al Opera bajo un espíritu diferente al que lo hubiésemos hecho en otras condiciones. Encima durante el día la noticia de la muerte del negro Garcia Lopez. Y Chaban (polémicas al margen, nombre ineludible en la movida cultural que nos moldeó en lo que hoy somos) que otra vez tambalea. Una serie de noticias como trompadas cuyo efecto podría ser demoledor si el instinto no nos guiase, como un boxeador acorralado, a la tozudez de seguir hacia adelante. Más música, más reuniones, más celebraciones del arte y la vida. Y si había alguna duda de si este espíritu era el mismo que a Richard Coleman le interesaba invocar para su gran noche en la calle Corrientes, el programa oficial que contaba de sus inicios como oyente, plomo, y como músico “a pulmón”  terminaba así “Esta noche mi amigo está en la platea más alta. Creo que estamos todos. Gracias por venir”. No había manera de no arrancar sin morderse los labios.
                Tal vez resulte injusto arrancar la crónica con esta descripción de sentimientos para un artista que después de treinta años de carrera se encuentra en una inédita espiral creciente de popularidad (a los Massacre, el otro ejemplo similar, les llevó algo menos), porque no hay dudas que su etapa solista con dos discos menos oscuros (“Siberia Country Club”, pero especialmente “Incandescente”) y una inspiración de altísimo vuelo a la hora de la composición le abrieron el merecido camino. Pero así se dieron las cosas, y como si a esa dualidad (masivo/culto, oscuridad/luz) fuese necesario invocarla en la noche, Richard abrió el show con su versión de la desgarradora confesión deNeil Young en  “Down by the river”.
                La puesta fue sobria. El escenario gigante fue ocupado apenas por los músicos y unas tarimas elevadas en donde Leandro Fresco en teclados y un cuarteto de cuerdas, subieron para ponerle color  a “Incandescente”, una de las mejores canciones de amor en tono nostálgico que se hayan compuesto por acá.  La banda, que ya tiene bastante tiempo tocando junta, suena ajustada. Y con el correr del show sabrá apretar los dientes y destilar delicadeza en los casos que cada una corresponda. Bodie Datino en teclados es el lugarteniente perfecto. La base de Daniel Castro y Diego Cariola, y la guitarra de Gonzalo Cordoba, son el resto de los músicos sobre los cuales se apoyan Richard Coleman y su  voz en excelente estado, para dar lo mejor de sí a lo largo de la noche.  
                En el primer tramo del show “Incandescente” acaparó la lista. “Lo que nos une” (“una risa más, una anécdota, y cosas que no llegaron a pasar”, imposible no pensar en Gustavo), “Perfecto amor” y “Corre la voz”. A Coleman se lo notó de buen humor, y aunque sin la extensión de los shows íntimos que dio en Ultra Bar, también con ganas de hablar. “Este es el Coleman bueno”, nos recuerda en un momento, como para que tengamos presente que no siempre fue, ni será, todo tan agradable. Y después de “Normal”, (en Siberia toca Cerati. Gustavo, siempre Gustavo), una sorpresa: la TREMENDA versión de “Computer world” de Kraftwerk.
                Había que dosificar los climas. “Caravana”, el tema de “Ahí Vamos” sirvió para la primera emoción de la noche. “Gus está viendo el show, así que voy a tocar bien y a decir estupideces” nos dice Richard al final, aunque bien uno podría pensar que se lo está diciendo a sí mismo. “To bring you my love” de P.J. Harvey fue otro de los covers de ayer. Ese nacer en el desierto, esa tristeza de años, y la odisea de atravesar infiernos mares y montañas, para entregar su amor. Cambien amor por música, y bien podría ser una parábola de la carrera de Richard. Y el momento de mayor emotividad se consumó cuando después de una versión acústica de “Azulado”, con Coleman solo sobre un escenario apenas iluminado, la gente comenzó a aplaudir, mezcla de devoción y respecto, y alguien gritó por Gustavo. Entonces Richard también aplaudió y mirando al cielo, estuvo a punto de quebrarse.  “Qué haremos con tantos temores, con tantas dudas” arranca el “Hamacándote” con el que continuó el concierto. No sé si fue pensado, pero no había mejor manera de describir lo que pasaba adentro del Opera.
                Después de una versión electroacústica de “Heroes”, llegó otro invitado: Alejandro Lerner, encargado del hipnótico y seductor teclado de “Cuestión de tiempo”.  Y un viaje al pasado que los fans más fieles y cuarentones todavía estamos agradeciendo: Fricción (“A veces llamo”), Los Siete Delfines (“Never du nozin”), otra vez Fricción (“Durante la demolición) y “Es tan celosa” como para encaminar el show hacia el arrollador cierre que nos tenía preparado: “Como la música lenta”  y “Fuego” con Daland de La Armada Cósmica como último invitado.
                Para el tiempo de regresar al escenario,  el aura de Gustavo que durante varios momentos había sobrevolado el show, se había dispersado. O mejor dicho, se había hecho a un lado para dejar fluir a Richard Coleman en su mejor versión. Hubo dos temas más, “Momentos de cambio” y “Turbio elixir” para cerrar una noche de consagración tan tardía como merecida. “Acá hay gente que me ha salvado la vida” había dicho Coleman una hora y pico antes, cuando el espíritu de pub lo había asaltado en medio de una noche masiva. Y aunque en el tamaño del teatro tal vez se haya dificultado el reconocerse, muchos pudimos haber dicho lo mismo. Por lo menos, y especialmente, del artista que abrazado a sus músicos saludaba despidiéndose. Porque en definitiva,  de eso se trata la música. De los hechizos que nos permiten estar aquí aunque el cuerpo siga allí. De amores perfectos. De recuerdos incandescente. De salvar vidas  siendo héroes, por al menos una puta vez.

               




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