miércoles, 14 de diciembre de 2011

Roger McGuinn en el Teatro Coliseo


Hace unos meses, cuando los habitantes de la ciudad de Buenos Aires decidieron reelegir al Ingeniero Macri como Jefe de Gobierno, Fito Paez dijo que sintió asco. Más allá del revuelo que se armó en su momento por la expresión de Fito, supongo que aquello tuvo mucho que ver con la impotencia de no poder modificar las cosas como uno desea o cree conveniente. Y tengo que decir que anoche cuando vi la cantidad de butacas vacías en el Coliseo en donde tocaba Roger McGuinn, sentí algo de aquella impotencia del rosarino. Y acá no hay excusa de precios, y la superstición por el martes 13 no cuenta como justificativo. No es que fueran económicas las entradas, sino porque otros artistas de menor talla y con precios más altos han llenado recintos incluso más amplios. En tiempos en donde las ganas de reinterpretar la historia argentina parece haber encontrado apoyo estatal, no estaría mal una especie de instituo de revisionismo rockero urgente. Hay fuentes imposibles de ignorar, y corremos el riesgo de permitir que germine una generación de chicos que crean que el rock empezó con los Artic Monkeys.
Dicho esto, tengo que confesar que los lugares vacíos me dieron la oportunidad de bajar un par de pisos y aprovechar la desidia del resto de los rockers porteños ausentes, porque en mi caso, la original ubicación elevada y lejana en el teatro, sí tenía que ver con los precios y la exagerada inversión en recitales de este año. Pero era imperdible, y si a alguien le quedaban dudas de esto, cuando Roger McGuinn entró con su Rickenbaker blanquinegra de doce cuerdas cantando “My back pages”, las dudas se le terminaron por esfumar. Vestido completamente de negro, con un sombrero que apenas permitía ver sus ojos y en un escenario dueño de una escenografía mínima, Roger camina pausado, toma asiento, cambia la Rickenbacker por la acústica, nos habla de Dennis Hopper, las motos, el destino, y se larga con “Ballad of easy rider”. “Take me from this road, to some other town” , ese será el lema del concierto. Un recorrido por la vida de un tipo que de solo pensar que influyó a los Beatles, que inspiró “afanosamente” a Harrison, que tocó con David Crosby, Gene Clark, Gram Parsons, Tom Petty y Bob Dylan, entre otros, y que además es uno de los responsables del Dylan de Newport y por lo tanto de toda la música pop y rock tal cual la conocimos luego, produce escalofríos. Basta escucharlo tocar la guitarra para preguntarse, por ejemplo, qué hubiese sido de la vida de gente como Peter Buck, sí McGuinn no hubiera existido. Y que además de todo eso, muestra la capacidad intacta para emocionar con gemas como “Mr. Spaceman” , “You ain't going nowhere”, y tomarse tiempo de homenajear a Woody Guthrie con “Pretty boy floyd”.
McGuinn toca sentado, delante de una mesa de bar flanqueada apenas por unos arbustos. A su lado dos guitarras acústicas y la nombrada Rickenbacker esperan pacientes su turno de ser elegidas para cada canción. Roger no escatima en anécdotas para cada tema, por eso cosecha sonrisas cuando recuerda la dedicatoria que junto a Gram Parsons le hicieran al DJ británico Ralph Emery, antes de tocar “Drug store truck drivin' man”; o aplausos cuando nombra a Tom Petty para la estremecedora “King of the hill”. La primera parte del show la cerró con la propia “Russian hill”, el clásico de los Byrds “5th dimension”, “Parade of lost dreams” (compuesta junto a su mujer Camilla) y otra vez los Byrds y “Chimes of freedom”.
Luego del intervalo, anunciado de cinco minutos pero que se prolongó un poco más, Roger repitió el molde para iniciar la segunda parte del concierto: entró con la guitarra eléctrica colgada, y de pie cantó “Lover on the Bayou”. Después vuelta a sentarse y el turno de “Chestnut mare”, “Just a season” y “Jolly Roger”. Roger McGuinn resulta un iman. Sentado delante de la mesita de bar, relatando historias y cantando sus canciones, parece un viajero que ha hecho un alto en el camino y necesita despojarse de sus vivencias. Un auténtico juglar que además marca el ritmo de las canciones haciendo repiquetear sus botas sobre el piso del escenario. Pasa “You showed me” y empieza a cantar “Mr. Tambourine man” con la acústica, a la que de inmediato cambia por la eléctrica (David Crosby dice “no, así no la van a pasar en ninguna radio” rememorando el momento que dio origen al arreglo original). Dije ayer al terminar el concierto y repito ahora: vi en vivo a Roger McGuinn cantando "Mr. Tambourine man". Un día de estos la burocracia celestial se va poner al día, van a ver cuántos sueños llevo cumplidos y me van a mandar los Falcon verdes de Dios a buscarme por abuso. Pero aún faltaba más. El lucimiento en la guitarra para “Eight miles high” y las citas a John Coltrane y Ravi Shankar, que se vio interrumpida por la ruptura de una cuerda. Pero Roger reaccionó rápidamente cambiando de guitarra, y terminó el concierto otra vez de pie, con “Turn, turn, turn”.
Durante el breve segundo intervalo, los asistentes acomodaron un teclado sobre el escenario para confirmar lo que era un secreto a voces: Charly Garcia iba a subir a tocar con Roger. Y el riff de “I'll feel a whole lot better” que empezó a escucharse mientras lo músicos se acomodaban en sus lugares dio inicio a esa reunión cumbre. Tengo que decir que el Charly que subió ayer al Coliseo distaba mucho del impecable de los shows del Rex, pero hay algo que es cierto: anoche Flopa Lestani, a quien le envidié una foto con Roger en el muro de su facebook, comentaba que Charly estaba emocionado como una quinceañera, y que eso habla bien de él. Más que certera la apreciación. Había en la mirada de García un gesto de admiración que conmovía. Gesto para con un tipo dueño de una matriz a la hora de hacer canciones que ha marcado un rumbo que García conoce de memoria, y el resultado entonces tiene más valor emotivo y testimonial que otra cosa, porque desde lo musical, el encuentro no resultó todo lo feliz que a mí me hubiera gustado. Intercambiaron estrofas en inglés y español, pero nunca terminaron de ensamblar. La fragilidad de Charly quedó expuesta ante la emoción, pero de todas maneras se quedó, sin cantar y junto a Fernando Kabusacki en guitarra acústica, para compartir dos temas más: “So you want to be a rock'n roll star” y el “Knockin' on heavens door” con el que cerraron el concierto. Quedó, por insistencia del público y propio placer de Roger un extra con el tradicional “May the road rise to meet you”. Afuera, el hall del teatro convocaba a charlas y comentarios como pocas veces. Todos, absolutamente todos los que estuvimos anoche en el Coliseo, sabíamos perfectamente frente a qué tipo de procer habíamos estado. Pero que del revisionismo rockero se encargue otro, a mí déjenme con las emociones.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El Club de Tobi en Samsung Studio


                El viernes feriado era tan feriado que parecía sábado. Y el fin de semana largo guardaba para ese viernes que era sábado dos propuestas con sello uruguayo. En GEBA, No Te Va Gustar despedía su gran año con un concierto masivo, y en el Samsung, con menos pretensiones de concurrencia, pero con las mismas ganas de mostrar de este lado del río el orgullo por un disco que guarda en su espíritu el sello del aire, el fuego y la música rioplatense, El Club de Tobi y su original propuesta. Y yo me decidí por la segunda. Principalmente porque a pesar de escucharlos mucho, no había tenido oportunidad de verlos en vivo, pero también por rescatar el placer que produce escuchar música en un clima de intimidad. El cuarteto de cuerdas uruguayo integrado por Bruno Masci en cello, Fernado Luzardo en viola, y Mario Gulla y Fernando Rosa en violines (más Paolo Buscaglia en percusión) ha adoptado una formación típica de cámara para abocarse a composiciones populares, rescatándolas en sus melodías, revalorizando desde lo sonoro la belleza de lo simple y devolviéndolas a nuestros oídos renovadas, revitalizadas y originales. Presentando un disco (“Tobismo” – 2010) que a pesar de haber sido grabado en el país, en la provincia de San Luis más específicamente, recién ahora tiene su edición local.
Los uruguayos abrieron  el concierto con dedicatoria especial al rock argentino de los ’80. Primero con “Vencedores vencidos”, después “Mañana en el Abasto”. Y desde ese comienzo quedan claro dos maneras diferentes de encarar las versiones. En la primera la cita es literal, reproduce arreglos originales adoptando el sonido propio del grupo, mientras que en el tema de Sumo, se expanden más allá de la melodía y aportan sus propios tintes.  La percusión es mínima, por momentos apenas el golpeteo de los palillos escobilla sobre una tabla, pero alcanza para acompañar a las cuerdas y agregarle fuerza a las interpretaciones.  Después aparecieron temas propios, como “Vida faz vida” o “Arde puch”, en la cual Bruno abandona el arco y con los dedos sobre las cuerdas le da al cello el lugar de contrabajo.  Son los dos violinistas los encargados de entablar diálogos con la gente, sosteniendo con chistes y juegos con los nombres de las canciones, un clima ameno que provoca sonrisas cómplices en el público. Y el concierto avanza en ese clima llevadero, mientras El Club de Tobi salta desde “Funkciona”, el primer tema de su primer disco (“Anselmo” – 2003) hasta “Libre”, de su último trabajo.
En “Milonga japonesa”, otra canción de “Tobismo”, por momentos el cuarteto adquiere una impronta piazzoleana que hace honor a una sala que supo ser Michelangelo, el recinto preferido del gran Astor, y a la  que le llegó a dedicar un tango. Es más, habiendo visto la noche anterior “Midnight in Paris”, bien podría haber imaginado al bandoneonista escondido en alguno de los rincones del Samsung aprobando a los músicos con una sonrisa.  Cuando interpretan “Cheques” de Spinetta queda bien en claro el por qué un cuarteto de cuerdas tiene llegada y se mueve con comodidad  entre el público rockero: no solo es una cuestión de repertorio, sino de la actitud arriba del escenario. Entonces resulta imposible no seguir el ritmo de cada canción, olvidándose de la letra de la versión original. Y ese tal vez sea el mayor mérito de El Club de Tobi: que temas cuyas letras uno sabe de memoria y que no son de tono inocente ni mucho menos, sean olvidadas por un momento, o queden relegadas al segundo plano, para que sea la melodía la que tome preponderancia y la que exhiba todas sus virtudes de manera límpida, absolutamente despojada de palabras.
El mejor momento a mi gusto se da con “Albañil”, un tema de Jorge Lazaroff. Al final, Mario Gulla le pregunta al público si alguien descubrió la intertextualidad presente en la versión, y alguien responde certero: “Construcción” de Chico Buarque. Y en ese juego de adivina adivinador, está otro de los encantos de estar frente a El Club de Tobi. Cada canción tiene idas y vueltas que revelan citas a otras canciones, algunas breves y ocultas, otras más elocuentes, pero siempre significa un desafío para afinar el oído y la memoria.  En “Luna al revés” hay lugar para el lucimiento solista del cello, y “De mí” es otro de los ejemplos en los cuales la letra confesional del original, pasa a segundo plano a favor de la melodía. “Sabadaba” es puro candombe  y fue seguido del momento Marley de la noche, con “Jamming” y la cita al “Get up, stand up” de Tosh, más el lucimiento de Fernando Luzardo en la viola.
El final con “Post crucifixión” (así es el original muchachos, en el disco lo pusieron con doble c) demostró que las cuerdas pueden adquirir la misma potencia que las guitarras amplificadas, y el propio “Fuck you”, con jugueteo made in Vivaldi incluido, marcó el final del show. Hubo tiempo para bis y estuvo a cargo otro vez de Los Redondos: “La bestia pop” mixturada con “Sweet dreams” y una interminable cantidad de citas que ellos mismos serían incapaces de detallar, porque cada uno de los músicos recorre sus propios caminos y caprichos.
Salí encantado del Samsung y me fui a encontrar con mi hija a la salida del show de No Te Va Gustar. Y ya arriba del 64, comprobé una vez más qué bien se llevan ese disco enorme que es “Un día normal en el maravilloso mundo de Ariel Minimal” y Buenos Aires. Pensando en otro sábado de fiesta popular y orgullo peronista, resultó la mejor manera de ir poniéndome a tono.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Kings of Convenience en La Trastienda


Entre la abundancia y superposición de ofertas musicales en Buenos Aires, que un duo folk indie como Kings of Convenience, sin ningún tipo de difusión radial, haya conseguido dos Trastiendas sold out, es todo un mérito. Para ellos obviamente, pero también para una ciudad que demuestra tener púbico para todo, y que mas allá de las figuras masivas guarda especial atención (y dinero) a propuestas alternativas. Y más aún, si estos dos pibes llegan desde Noruega, un país al que la tradición musical pop solo guarda una página importante para los ochentosos A-ha (a no ser que alguien quiera contar a Lene Nystrøm, aquella cantante de Acqua que nos torturara el verano del '98 con “Barbie girl”). Ayer era la segunda presentación del grupo en San Telmo y las repercusiones de la primera noche hicieron que vaya con la mejor predisposición. Lamentablemente uno no vive de ir a recitales, así que no pude llegar temprano para ver todo el set de Rosal, que hacían de teloneros. Pero al menos me recibieron con un “sos un bombón” que levantó mi autoestima de martes laboral, y me dí el gusto de escuchar a Jimena Lopez Chaplin haciendo coros en “La reina de la noche” (busquen “Ojos de plástico”, el disco de Jimena, háganme caso).
El gran desafío para contarles el show de Kings of Convenience es develar como es posible que dos muchachos apocados y tímidos que suben al escenario cantando sobre chicos inconformes que grafitean las paredes para calmar su desolación (My ship isn't pretty) terminen la noche saltando sobre el escenario y poniendo a todo el mundo a bailar. Y para intentar explicarlo no hay mejor fórmula que recurrir a las canciones de Kings of Convenience. A la la sutileza de los arreglos para arropar las melodías, a la delicadeza y el buen gusto de Erlend Øye en cada intervención de guitarra, a la voz suave, susurrante a veces, pero seductora siempre de Eirik Glambek Bøe. A la nueva demostración de que lo simple puede ser bello y emotivo. A las armonías vocales que dejan en claro que la referencia a Simon & Garfunkel es mucho más que un tag caprichoso. Y con todos esos elementos los Kings of Convenience van estructurando un concierto que pasa de la calidez intimista a una especie de fogón, alternativo y nada hippie, con la gente coreando las melodías y chasqueando los dedos según la indicación de los músicos.
Los noruegos editaron su último trabajo en 2009, con lo cual no los ataba ninguna urgencia por presentar nuevas composiciones, y eso les permitió hacer un recorrido parejo por su carrera. De “Declaration of dependence” tocaron “24-25”, “Peacetime resistence”, “Me in you”, y “Mrs.Cold”, un acercamiento a la bossa nova que envidiaría el más avezado de los tropicalistas. Pero también hubo lugar para retroceder en su carrera y dedicar tiempo a perlas como “Misread”, “Know how” (en cuya versión original participaba Feist), “Failure” o la irresistible “Toxic girl”. Es Eirik el que generalmente lleva la primera voz y deja la partes de primera guitarra a cargo de Erlend, quien se ocupa desde su instrumento de reproducir los arreglos que en las grabaciones originales incluyen mayor instrumentación, especialmente las partes de violines que obran como riffs en muchas canciones. Pero a veces invierten los roles, y el resultado es igual de convincente. A medida que el show avanza los noruegos se vuelven más locuaces y van convocando a la gente a participar, o mejor dicho, ordenan a la gente en sus ganas de participar. Les marcan el ritmo de los aplausos, se los hacen cambiar por chasquidos cuando corresponden, o reparten los sectores del público encargándoles a cada uno una parte diferente en los coros.
Hacia el final, los noruegos llamaron al escenario a los músicos que acompañan a María Ezquiaga en Rosal para hacerlos partícipes de un cierre festivo con “Boat behind” (imposible no seguir coreando las partes de guitarra a cargo esta vez de Ezequiel Kronenberg supliendo a los violines ausentes). La despedida del escenario fue con el primer hit de la banda “I'd rather dance with you”. Prefiero bailar con usted a conversar con usted, pedazo de estribillo para pasarse la noche embobado repitiéndolo mil veces y más. Y por supuesto, con semejante nivel de aceptación y participación, iba a haber bises. Primero fue con “Homesick” y Erlend Øye imitando con increíble fidelidad el sonido del saxo con su boca. Después “Little kids” por dulpicado, porque primero fue frustrada por un micrófono rebelde que desconectó la guitarra de Eirik, y de postre se dispararon unas programaciones para una versión de “Rule my world” acorde con la remixada. Euforia absoluta y baile extasiado fue lo que se vivió arriba y abajo del escenario. “Only someone who's morally superior can possibly and honestly deserve to rule my world” ja! Tomá, y te lo digo poniendo a todos a bailar, parecen decir los Kings of Convenience, que a esa altura no se parecen en nada a los dos guitarristas sosegados que empezaron la noche en tono íntimo y apacible.
Una perla para el final. El lunes, luego de la primera función, la gente de los locales Louder Than Motion esperó a Erlen y a Eirik a la salida para pedirles un autógrafo en el ukele. La cosa terminó con todos juntos en la calle cantando “Time to say goodbye” y según me cuentan anoche pasó algo parecido. Al próximo que me diga que los nórdicos son frios, lo mando de picnic a la isla de Utoeya.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Catupecu Machu en el Luna Park - Presentación de "El mezcal y la cobra"


Refugio para ocultarme de esta feroz tormenta. Así cuenta la letra del tema de “El número imperfecto” que si bien no sonó ayer era la perfecta descripción para el significado que tenía para mí la música el domingo, en una ciudad de Buenos Aires que sacó a pasear toda su mugre y olía más pestilente que nunca. Un refugio para borrar cualquier tipo de referencia deportiva de mi mente. Ideal entonces el Luna Park, ideal además que sea con Catupecu, una de las pocas bandas de las consideradas grandes que escapó a la parafernalia futbolera que a veces rodea al público de rock. Noche de celebración musical porque Catupecu hacía la presentación oficial de “El mezcal y la cobra”, su último trabajo discográfico. En el mismo lugar elegido para presentar el anterior (“Simetría de Moebius”), pero que esta vez quedó grande. Las populares cubiertas por cortinados, con la gente que tenía esa ubicación reacomodada entre los lugares libres de la platea y del campo, daban cuenta como la sucesión de figuras internacionales (y los precios de esos tickets) afecta injustamente a las bandas locales. Me pregunto por ejemplo si el Indio fue capaz de cortar los 80,000 tickets que se había propuesto cortar en Tandil. Cada uno en su nivel, claro. Pero lo que indigna es la manera en que la venta y promoción de los grandes espectáculos incita a la gente a comprar entradas con seis meses de anticipación, mintiendo deliberadamente sobre la disponibilidad de lugares (Pergolini viene anunciado que casi no quedan tickets para los shows de Foo Fighters, lo mismo que hizo con Roger Waters, cuando hoy por hoy se consigues tickets para todas las fechas y en todas la ubicaciones). Como víctima consciente de esto me hago cargo de mi parte de culpa, e intentaré dejar de obrar de financista de “empresarios” que se llenan los bolsillos sin asumir ningún tipo de riesgo.
Bien, parte de esto que conté es lo que estaba pensando cuando las luces del estadio se apagaron y el cortinado que protegía el escenario se derrumbó para mostrar a Catupecu dando inicio al set con “El mezcal y la cobra”. Al comenzar igual que el disco recordé la presentación de “Simetría...” y su interpretación completa y de corrido. La fórmula podría repetirse, pero no. Porque “Confusión” y “Óxido en el aire” como continuidad, quebraron mi orden mental. Catupecu es una banda inquieta e imprevisible. No porque no hayan conseguido plasmar un estilo ni sonido propio, sino porque sobre esa solidez que los años les han dado, han sabido tomar y retomar caminos sin perder identidad. Cada disco guarda secretos y sorpresas, y es dueño de rupturas y reafirmaciones que muchas veces de entrada desconciertan, pero que a fuerza de escuchas terminan convenciendo (y seduciendo). “El mezcal y la cobra” tiene una característica en particular: posee citas sutiles, tanto desde lo letrístico como desde lo musical, a cada uno de los trabajos anteriores de la banda. Los fans saben armar mejor que nadie el rompecabezas. Entonces la presentación salteada de los nuevos temas no resulta inocente, y cada canción es un guiño para su público, pero también hacia ellos mismos. “Gritarle al viento”, un tema que hace años no tocaban, y que anoche tuvo una nueva y acelerada versión fue uno de esos guiños. En especial porque llega desde “Cuadro dentro de cuadros”, tal vez el disco que más empatía tenga con “El mezcla y la cobra”.
La presencia de Agustín Rocino en la batería en lugar de Javier Herrlein le quita teatralidad al vivo de la banda, pero ni un ápice de precisión. El resto es lo conocido: la potencia de tandem Fernando Ruiz Díaz-Sebastián Caceres, y el laboratorio cada vez más preponderante de Macabre en los teclados. Fue con el enigmático “Cristalizado” que Catupecu retomó “El mezcla y la cobra”, aunque la dosis fue otra vez mínima. Pasaron el celebrado “A veces vuelvo”, “Grandes esperanzas” y “Nuevo libro”, pero el show iniciará un espiral ascendente hacia el clímax a partir de “Klimt...pintemos”. Fernando lo presentó como su tema preferido del disco y contó como mucha gente del staff se lo pedía como primer corte. Mientras lo tocaban en las pantallas seccionadas detrás del escenario, se deshacía y reamaba “El beso”, clásico trabajo del pintor austríaco. Catupecu se mostró bien a gusto con su nueva canción. Un orgullo más que justificado, por otra parte. Y de allí al pasado. Porque Fernando quedó solo en el escenario para cantar a capella la lejana “Hay casi un metro de agua”. Tengo que confesar que esta costumbre adoptada ya hace un tiempo no me termina de convencer. Es más, la canción elegida bien merecía una versión más moderna, a tono con los nuevos tiempos de la banda. Pero la anécdota que la acompañó, y en la que Fernando recordó un casette sonando en un Escort durante la primera gira de Catupecu en la costa, allá por el '94, terminó por redondear un momento cálido. Después “Persiana americana”, y los deseos y rezos para Gabriel Ruiz Diaz y Gustavo Cerati.
“Metrópolis nueva”, el primer corte del disco volvió a poner a la gente a los saltos y cantando el estribillo irresistible. Y si las cruces del cementerio son las que nos recuerdan que estamos acá, entonces todos a respirar, emborracharse, morir y seguir viviendo. “Magia veneno” entrega entonces otro puente entre dos etapas del grupo. Y lo que siguió fue una sorpresa de las lindas. Fernando solo con la guitarra empezó a cantar eso de “Se sentaba en el pasto y tanto amor no les entraba en el corazón”, mientras Walas y Pablo M. de Massacre se acomodaban sigilosos a sus espaldas. El histrionismo de Walas se hizo cargo del esenario, y la versión de “Plan B” resultó estremecedora. Sorpresa que siguió cuando continuaron haciendo “Danza de los secretos”, un tema al que reconocieron que le habían dedicado apenas un ensayo juntos. Un lujo, porque sobre el escenario estaban presentes los máximos responsables de dos de los mejores trabajos del año en estas tierras (yo le sumo al trío máximo a “Mugre” de Acorazado Potemkin, y pido perdón a Valle de muñecas, Pez, Pablo Krantz entre otros excelentes discos). Entre tanto Fernando rescató una billetera perdida en el pogo cuya dueña, a pedido del público, subió a recibirla y se llevó un “bombonazo!” de parte de Walas como piropo.
“Aparecen cuando bailamos”, “Toro terciopelo” son de las canciones más potentes del disco y sonaron juntas para decantar en el “Origen extremo” de (otra vez) “Cuadro dentro de cuadros”. Después “Eso espero” con renovados arreglos. Y las pantallas que anuncian “Come on”, “Allez” y un ideograma chino (o japonés, vaya uno a saber) que lo que sigue es “Dale!”. Las rondas de pogo se arma y desarman, y si alguien más perdió la billetera, ya no hubo cantante que la rescate. La gente descargó sus últimas energías con un grito de ánimo que desde el accidente de Gabriel, tiene dedicatoria exclusiva.
El cierre fue con otro invitado de lujo, Zeta Bosio, que se hizo cargo del bajo y permitió que “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” suene a dos guitarras con una contundencia superlativa. Dueño de uno de los mejores riffs de la historia del rock argentino (si no me atrevo a decir el mejor, es porque Pescado Rabioso grabó alguna vez un tema llamado “Post Crucifixión”), “Y lo que quiero...” era un cierre ideal para la noche, pero Catupecu eligió darle un tono diferente. Porque la despedida estuvo a cargo de “Musas” y su cadencia intimista que rompe en un emotivo estribillo que en su repeteción se vuelve épico. El clima me hizo recordar a aquellas despedidas a principio de siglo con el “Le dí sol” del primer disco. La orquesta suena como en el cine al final, canta Fernando mientras algunos apuran los pasos hacia las bocas de salida pensando en un lunes laborable. A diferencia de conciertos maratónicos, poco más de dos horas alcanzaron para que Catupecu diera testimonio en vivo de un disco cuidado y prolijo, y que en sus pliegues y recovecos, funciona como merecido auto homenaje. El 22 de Diciembre en La Trastienda, la fiesta tendrá una versión más íntima y definitiva. A los que les interese, están avisados.

martes, 15 de noviembre de 2011

Laetitia Sadier en Niceto


El principal enigma que tenía antes de ir al show de Laetitia Sadier en Niceto no era el show en sí mismo. Ni la música de Laetitia, ni siquiera saber cuánto de Stereolab podía llegar a tocar la cantante francesa. El principal enigma era saber cómo hacer para ponerme a tono de la noche cuando todavía el cuerpo guardaba la energía heredada del show de Pearl Jam en La Plata. Había que bajar un cambio. Y considerando que Laetitia Sadier adoptó el nombre de su banda alternativa a Stereolab (Monade) de un concepto de Cornelius Castoriadis, y que al primer disco de esa banda lo llamó “Socialismo o barbarie”, me puse en modo revolucionario y para conseguir estar a tono adopté el concepto de bajar dos, tres, muchos cambios. Y felizmente funcionó.
Bien, una vez preparado para el clima del recital llegué a Niceto suponiendo que siendo un Lunes las cosas podían llegar a empezar a horario, cosa que no sucedió. Cuarenta minutos después de la hora anunciada largó un miniset Rosario Blefari, que hizo las veces de telonera. La espera no fue sencilla, hay algunas canciones de Rosario que me parecen buenas, pero su manera de cantar me exaspera. No voy a ser cruel por hoy, además temo pecar de injusto, porque la recepción de la gente fue muy buena. Mientras tanto, uno va aspirando el humo ajeno (sabemos que en los boliches la norma de no fumar en lugares cerrados no se cumple y yo tampoco soy un fundamentalista anti tabaco ni mucho menos, pero el sistema de ventilación de Niceto es desastroso) sumado a que en la barra solo se dignan a preparar el Fernet con Pepsi (si yo fuera Jefe de Gobierno los clausuraría solo por esa herejía), la cosa no fue del todo cómoda. Por otra parte fue la primer vez que vi la pista de Niceto armada con unas cuatro o cinco mesas en la parte cercana al escenario, cosa extraña porque, al menos cuando se pusieron a la venta, se ofrecían solamente entradas de valor único. Pero empecé la crónica quejoso y no debería; Laetita pagó con creces todas las molestias ocasionadas.
Desde que la cantante francesa armó Monade como alternativa a Stereolab, abandonó por completo las intenciones más experimentales de su primera banda. Separó las aguas en realidad, porque Stereolab se mantuvo en funcionamiento. Y si Monade es la versión relajada de Stereolab, el disco solista de Laetitia (”The trip” - 2010), es la versión relajada de Monade. Y si de relajación se trata, cuando se descorrió el telón del escenario y la vimos a ella sola con su guitarra eléctrica y un amplificador, quedó claro de inmediato el tono intimista que iba a tener el show. Felizmente intimista, porque es en ese clima en donde mejor se aprecia la voz de Laetitia Sadier y muchas de sus melodías conquistan por sí solas, sin necesidad de aditamento alguno.
Del show en sí puedo contar que estuvo basado en “The trip”, más algunos temas de Monade. Que Laetitia se mostró muy locuaz a la hora de explicar sus canciones, y que con cada una de ellas consiguió mantener al público tan cautivado, al punto que con un leve gesto con su cabeza al final de cada tema, tuvo que “autorizar” los aplausos de la gente ensimismada. Canciones como “Fluid sand” o “Statues can bend” son dueñas de una melodía hermosa, que en el tono en que Laetitia las canta, contagian su tono melancólico. Hubo dedicatorias para su joven hermana que se suicidó (“Natural child”, una sentida balada) y para Pier Paolo Pasolini, con “Lost language”, un tema de Monade (“Well, I ain't sure, but I've been told he's baking cakes inside our souls”). También se quejó del gobierno de su país en “Our interest are the same”, tema en el que terminó con un grito liberador, abandonado su postura relajada. También se preocupó por quejarse de las 24 horas varada en al aeropuerto de Roma, víctima del paro en Aerolineas Argentinas, y que casi le impide estar a tiempo para el show. Y hasta se permitió recomendar la exposición "El color en el espacio y en el tiempo" de Carlos Cruz-Diez en el Malba.
Las canciones de Laetitia transitan por el lounge, con matices lejanos de bossa nova y remiten a la versión más distendida de Everything But The Girl. Su delicadeza en las formas inspira una fragilidad que resulta engañosa, porque si hay algo que no le falta a Laetitia Sadier es actitud y confianza sobre el escenario. Cantó casi siempre en inglés, pero rescató al frances para una de las más bellas canciones de “The trip”, “Ceci est le coeur”. Nos dimos el gusto de tener nuestro momento Stereolab, con “International colouring contest”, y el breve show se cerró con “The Swimm”, un tema del primer disco de Monade, “Socialisme ou barbarie: the bedroom recordings”.
El regreso al escenario fue con “Where did I go”, otra canción de Monade, y para el cierre Laetitia anunció un cover. Felizmente no optó por “Summertime”, del que grabó una versión en “The trip” que poco le suma al clásico de Gershwin, y sí se decidió por “By the sea”, una deliciosa interpretación del tema de Wendy and Bonnie, también grabada en el disco solista.
Calidez, intimidad, una intensidad sencilla y amable, fueron los atributos de un concierto conciso pero convincente que marcó el tardío debut de Laetita Sadier en Buenos Aires. Para mí fue el final de un rally de siete recitales en 14 días, porque aunque no haya contado nada en el blog, el Viernes me fui a ver a los Inspiral Carpets en el Movistar Free Music de Puerto Madero. Los de Manchester se mostraron vigentes teloneando a unos Interpol, que por mí se pueden llevar su angustia existencial a mejor puerto. La agenda de diciembre incluye a Catupecu Machu, Kings of Convenience y al gran Roger McGuinn.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Pearl Jam en el Estadio Unico de La Plata


El show de Pearl Jam de anoche puede resumirse en una sola imagen: mientras la banda está terminando de tocar ese temazo que es “Black” y la gente no para de corear la parte de guitarra del estribillo, los músicos aminoran el volumen hasta hacer silencio y se quedan embelesados mirando a la gente cantar. Entonces los miles de tipos que hace seis años nos íbamos con la piel de gallina caminando por las calles de Caballito, en una noche tán cálida y húmeda como lo indica el mandato porteño, preguntándonos si alguna vez íbamos a volver a ser testigos de semajante química entre una banda de rock y su público, nos damos cuenta que sí. Que no solo era posible, sino que para que se repita solo bastaba con volvernos a ver cara a cara con esos músicos que anoche terminan “Black” aplaudiendo a su gente, en una reacción que tiene poco de demagógica y mucho de sincera emoción. Porque realmente son conmovidos por esos cantos consagrados hacia ellos y a los que Eddie Vedder, en un gesto de auténtico peronista, llamará más adelante “música hermosa”. Pero eso sucede cuando promedia la extensa segunda tanda de bises, y antes Peal Jam hizo mucho para llegar a ese momento.
La primera sorpresa había llegado cuando Eddie Vedder subió como invitado a cerrar el set de X, la histórica banda punk de Los Angeles, casi desconocida en Argentina y que oficiaron de teloneros de la gira Sudamericana. Con una voz femenina al frente, la de Exene Cervenka (una especie de versión moderada y previa en la linea evolutiva de Beth Ditto), se las arreglaron para que la gente les preste atención al set, y con un punk primitivo, más las versiones de “Soul kitchen” de The Doors y “Breathless” de Jerry Lee Lewis, consiguieron animar la previa. El cierre con invitado de lujo resultó el moño. Una demostración de humildad por parte del cantante estrella de la noche, pero también de afirmación de identidad: Pearl Jam tiene especial preocupación en revelar las raíces de su música a la hora de elegir telonero.
Veinte años de “Ten”, veinte años de grunge. Y en Argentina con diferencia de días vamos a tener el privilegio de tener tres voces emblemáticas: Cornell, con su show acústico de la semana pasada, Scott Weiland y sus STP en Diciembre, y anoche Eddie Vedder, que dio inicio al concierto homenajeando a aquel puntepié inicial, con el confesional “Release”. Pero enseguida “Go” y “Corduroy” se encargaron de entregar las primeras andanadas de rock primal. En un show que se preocupó por repasar la larga carrera de la banda, Pearl Jam supo administrar energía e intercalar momentos calmos a las descargar brutales de furia punk. Así fue que el dueto de “Backspacer”, “The fixer” y “Amongst the waves”, fue interrumpido con la intensidad de “Inmortality”.
Lo que sucede a lo largo del show es la suma de pequeñas complicidades y anécdotas entre la banda y su público. La banda sí, pero en particular Eddie Vedder. Que pide tres pasos atrás a la gente cuando la ve agolpada contra el vallado (Rosklide los curó de espanto), que no para de beber y que hacia el final hasta se permite un cigarro. Que no olvida que en su primera visita al país llegó como seguidor de los Ramones, y que confiesa cuánto los extraña, antes de rematar la anécdota con “I believe in miracles”. Y que desgarra su garganta en cada tema sin medir consecuencias, entregando toda su vitalidad para un estadio que no hace más que recibirla y devolverla por duplicado. Supliendo en parte a un sonido que no favoreció a las guitarras, que en los temas más poderosos sonaron algo saturadas, al menos desde mi lugar.
La gente extasiada se entrega de manera absoluta. Salta con “Even Flow”, simplemente se rinde ante el rescate de “Ederly woman behind the counter in a small town” y corea a más no poder el fraseo de guitarra de “Do the evolution”, tal vez la característica que más sorprenda y atraiga a los músicos, del público argentino. Que en los intervalos entre temas se preocupa de corear el nombre de la banda, y recordar entre ole, ole y olas que Pearl Jam es un sentimiento y que no se puede parar. Que revolea remeras, que salta las vallas que dividen la parte trasera del campo de la del medio (la delantera, la VIP, resultó infranqueable) a riesgo de comerse un golpe de los tipos de seguridad, que impotentes observan como el orden que les encargaron los abandona. Cuando Pearl Jam vuelve a “Ten” para cerrar la primera parte del concierto con “Jeremy” y “Porch” (en un final prolongado de altísimo vuelo), yo miré el reloj y cuando noté que había pasado una hora y veinte, no podía creerlo. Parecía que recién había empezado, y con solo mirar las caras a mi alrededor me di cuenta que no era el único con esa sensación.
Volvieron al escenario en una versión relajada. “Just Breathe” y “Garden” fueron seguidas por la irresistible simpleza del cover de Wayne Cochran, “Last kiss”, que fue acomañado con aplausos rítmicos por miles de manos elevadas. Y luego del nombrado tributo a Ramones, cerraron ese tramo con “State of love and trust” y un “Blood” en donde la performance de Vedder se vuelve épica, exponiento al límite a sus cuerdas vocales, y el desgarrado grito “Fuck, fuck, fuck” resulta una mezcla de bronca y rebeldía descomunal.
Pero había más. Y mucho más. Porque regresaron con el riff hiriente de “Smile” y luego se embarcaron en “Mother” de Roger Waters, que aunque la vienen haciendo en la gira y uno ha buscado entre los videos disponibles en la web, solo es posible medirla en la dimensión de emotividad que emana la versión, escuchándondo en vivo. Emotividad que se incremeta y alcanza su pico en “Black” y la escena contada al comienzo. Y que continua con “Better man”, como si fuera poco, con el estadio cantando y Vedder saltando como un chico y alejándose del micrófono para oir al público entusiasmado. La batería de Matt Cameron da inicio a “Why go” y otra vez Pearl Jam desborda de ímpetu rockero, con McCready y Gossard sacándose chispas, y que llega a un final apocalíptico que se resuelve en el inmortal “Alive”. Y si hasta ese momento se había cantado, entonces la entrega, tanto arriba como abajo del escenario es absoluta. Y el “I'm still alive” es entonces un grito de liberación y celebración. Una éxtasis casi religioso por alabar el regreso de Pearl Jam a la tierra prometida. Y después a rockear en el mundo libre, festejando el cumpleaños de Neil Young, con las luces que se van encendiendo de a poco, y que no solo no logran cortar el clima, sino que además dan auténtico testimonio de la fiesta que se vive en el estadio colmado.
El final definitivo fue con la hendrixiana “Yellow ledbetter” y Eddie Vedder correteando frente a la gente y tocando cada una de las palmas a su alcance, y McCready haciendo su solo final sentado al borde del escenario. Entre amigos. Borrando los límites entre las estrellas de rock y el público. En una abosluta comunión que no terminará nunca y a la que solo podrá igualar una próxima visita de Pearl Jam.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Members of Morphine and Jeremy Lyons en el Teatro ND Ateneo


Mark Sandman es irremplazable. Y nada, absolutamente nada de lo que disfrutamos anoche en el Teatro ND Ateneo hubiese sido posible si alguna vez no hubiéramos tenido en el mundo a un tipo con el talento de Mark Sandman. Los músicos que anoche interpretaron sus composiciones lo saben más que nadie, y su espíritu y su impronta no solo sobrevoló cada uno de los tramos del concierto, sino que además es la que signa de manera indeleble la carrera de los tipos que lo acompañaron durante su trayectoria musical. Hecha esta introducción, empiezo contando que después de algunos videos amateurs en internet y un bootleg que conseguí por allí, las expectativas eran altas. Seguí los pasos de Dana Colley a partir del desbande de Morphine, y sus tres discos con Twinemen (nombre tomado del comic creado por Sandman), en donde junto a Billy Conway sumaron a la cantante Laurie Sargent, son una delicia. Y este nuevo proyecto, con el saxofonista ya reencontrado con Jerome Deupree (baterista original de Morphine), que incluye a Jeremy Lyons, y que comenzó como un tributo a Sandman al cumplirse diez años de su muerte en 2009, cobró vida propia y se transformó en “The ever expanding elastic waste band”. Un nombre tan ambicioso como el proyecto, que en definitiva terminó quedando como nombre del disco y la banda pasó a denominarse Members of Morphine and Jeremy Lyons, ya que al trío se sumó Billy Conway (el otro de los bateristas que pasaron por Morphine) para acompañar a Deupree en la percusión.
Para agrado de todos los que estábamos anoche en el ND Ateneo, la apertura del show fue a puro Morphine con “Have a lucky day” y “Claire”, y en realidad ese iba a ser el tono de todo el recital. Porque casi todo el set list estuvo armado con canciones de aquella banda madre y que era la que en definitiva nos convocaba. Los músicos rescatan la atomósfera espesa de las composiciones originales de Sandman, pero encaran el sonido desde otro lugar. Suenan como una versión contenida de Morphine. Colley toca un saxo acústico pasado por un amplificador de guitarra y eso, sin quitarle mugre al sonido, lo vuelve más luminoso y hace lucir más el tinte jazzeros de sus arreglos. Y Jeremy Lyons, excepto en sus propios temas cuando toca guitarra y aporta su “delta blues”, toca el slide bass y canta manteniendo (o imitando) el tono profundo de la voz de  Sandman. La puesta fue sencilla, la iluminación baja y sobre el escenario no hubo despliegue físico alguno. La única curiosidad fue un haz de luz que daba justo sobre Billy Conway, que llevaba puesta una camisa color piel, y que le daba un toque espectral a su figura. Además la imagen de Lyon, con boina y tiradores, parecía la de un diariero anunciando los periódicos en plena crisis del '30.
En la continuidad del show aparecieron “The other side” y “Sheila”, el primer momento en donde la banda abandona su postura mesurada. Dana Colley fue el encargado de tomar contacto con el público. Se mostró alegre y jodón, recibió preguntas y sugerencias del público (You are single? le gritaron con voz femenina desde el pullman, lo que provocó uno de los momentos más hilarantes), recordó los shows de 1997 con Morphine en Dr. Jeckyll, y nos puso al tanto que Jerome Deupree cumplía años, lo que fue retribuído con el Happy birthday correspondiente. Las versiones más medidas fueron las que encontraron matices más finos en los arreglos, como “Let's take a trip” o “French fries with peppers” más adelante, mientras que temas como “Honney white”o “Thursday” los mostró desenfrenados y con un público que embelesado, seguía con brazos y piernas rítmicos cada uno de los cortes y caminos que se sabe de memoria. Al margen de las versiones regrabadas con temas originales de Morphine, uno de los pocos momentos rescatados del disco fue “Different”, un tema de Jeremy Lyons con reminiscencias al “Whitin you without you” beatle.
En “I'm free now”, Conway y Deupree invirtieron sus lugares y fue Billy el que quedó a cargo de la batería, mientras Jerome fue a la percusión. Dana Colley presentó a los músicos y volvió a citar a Mark Sandman como si fuera un integrante más. Tocaron “Pulled over the car”, un tema que de alguna manera es el emblema de esta formación, ya que se trata del rescate de una canción no tan conocida de Morphine (The B-Sides and Otherwise ) y que la banda usa como distintivo. Cerraron con “Buena” y a esa altura la platea de pie se dividía entre filmar y dejarse llevar por la potencia de una banda que sonaba arrasadora. Volvieron para despedirse en un clima más íntimo, con una intensa versión de “You look like rain” que Dana Colley cantó a medias con la gente.
Excelente concierto de unos tipos que saben que mas allá de su talento como músicos, a más de diez años de su muerte, siguen bajo el influjo de un Mark Sandam, que desde un manojo de canciones maravillosas, continúa acrecentando el tamaño de leyenda. Y que a nosotros nos deja con la certeza que la muerte temprana nos privó de un artista tan único como irremplazable.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Personal Fest día 2: Sonic Youth

           
            Segunda jornada del Personal Fest, con un line up bien heterogéneo. Por un lado bien indie y alternativo, y por otro lado, una presencia caribeña expresada en el reggae y en la fusión de Calle 13. Quienes siguen este blog no tienen que pensar mucho para saber qué tipo de los artistas eran los que más me interesaban, así que me fui al festival pensando en The Kills como primer plato fuerte, dejando de lado el resto. Cuando llegué estaba terminando su set Mala Rodriguez, así que no puedo dar mayores referencias que de su portaligas colorado.  En seguida en el escenario 2 largaba Soldiers of Jah Army, o Soja como les gusta llamarse a los de Virginia. La verdad es que estaba con el modo reggae en off, y mucho menos reggae transgénico (¿?), así que me fui a dar una vuelta por el predio, recorriendo el resto de los escenarios, en los que no encontré nada interesante para contarles. Un rato más tarde sí me aproximé al escenario 1 para los esperados The Kills. De entrada se notó que había un buen grupo de fans que les eran propios y que les iban a celebrar cada una de sus intervenciones. Alison Mosshart de pelo rojizo tomó el micrófono y arrancaron con el irresistible “No wow”. Si bien vienen de hacer con “Blood pressures” su disco más compacto, no se dedicaron solo a   recorrer este, sino que gratamente trajeron algunos de los clásicos de sus discos anteriores. “Future stars slow”, y el reggae espeso de “Satellite” fueron puntos altos de un show que se sostuvo en la tensión sexual entre Jamie Hince y Alison Mosshart. Solo ellos dos sobre el escenario, más el disparo de pistas que le quitaron un poco de contundencia a la performance. Porque a veces resulta demasiado lineal el volumen y los climas dentro de los temas mismos, dueños por sí mismos de una gran dosis de energía, y a los  que imagino mucho más contundentes con el pulso de una banda de “carne y hueso” detrás. De todas formas, la densa “URA Fever” o bailable “Cheap and cheerful” se vuelven irresistibles. Alison tocó guitarra en varios temas y se le animó a unos tambores en “Pots and pans”, que a medida que pasaban inadvertidos a lo largo del show, parecía que estaban de adorno. Quedó la dedicatoria de Jamie Hince en “Baby says” para su esposa, que de no tratarse de Kate Moss, resultaría un dato intrascendente, y la idea definida de un dúo aplastante que en la apuesta minimalista, desaprovecha en vivo buena parte de su potencial.
            Seguido en el otro escenario volvía el reggae con Damian Marley. Un hijo de Bob Marley que hace reggae, nada original por cierto. Ni nada que me interese demasiado, así que corrí al tercer escenario en donde tocaba El Mató a un Policía Motorizado, que me recibieron con “El día del huracán” y “Chica rutera”. Nadie como ellos merecían tocar el día en que Sonic Youth volvía a la Argentina. Y con Santiago y su voz en estado impecable al frente, hicieron honor a la apuesta. En un predio que se iba llenando de a poco, aprovecharon para mostrar su estilo noise bien a tono con la noche. Hicieron “Navidad en los santos” y cerraron con una versión de “La noche de los muertos” (del imprescindible “Día de los muertos” de 2008) que de haber llegado a los oídos de Thurstoon Moore le habría arrancado una sonrisa.
            En ese momento se me presentó la única disyuntiva de la noche: los clásicos de Inxs en el escenario principal o los Massacre que seguían a continuación en el escenario 3. Y la verdad es que Inxs sin Michael Hutchence es como Simon and Grafunkel, sin Simon ni Garfunkel. Encima, yo que seguí aquel reality para reemplazar al cantante irremplazable, no quería que gane el que ganó. Así que me quedé en el predio mientras un SMS me entregaba la excelente noticia de los cuarto goles de Cavenaghi. Y cuando Walas entró al escenario saludando con su clásico “Hola, nosotros somos los Massacre. Un beso” y largaron con “Te leo al revés” supe que no me había equivocado en la elección. Con un repertorio haciendo base en el excelente “Ringo”, uno de los grandes trabajos que nos deja este 2011, Massacre dio uno (otro más) show inolvidable. No dejaron clásicos de lado, como “Plan B”, el lejano “Cae el muro” o “Sofía, la súper vedette”. Walas cambió gorro por sombreros de todos los tipos, se mostró excitado con la presencia de Sonic Youth (desmintió que la separación de Thurstoon Moore y Kim Gordon se deba a alguno de los Massacre), cantó “La octava maravilla” abrazado a un muñeco desnudo, y se mostró todo lo histriónico que le conocemos. Los temas nuevos tuvieron versiones notables, como la irresistible “Tanto amor”, “La web del siglo” (se derrumba el capitalismo, proclama Walas), “Muerte al faraón”, “La virgen del knock out” o “Tengo captura”. Cerraron con “El robot vs. La momia azteca”, volviendo a agradecer la posibilidad de tocar la misma noche que los Sonic Youth. De tantos festivales que he ido, jamás vi tanta gente en alguno de los escenarios alternativos.
            Cuando volví para reencontrarme con la familia (que optó por el show de Inxs) los australianos estaban haciendo una versión desabrida de “Original sin”. Una lástima. El cantante ni siquiera era JD Fortune, el ganador del reality, sino otro que llevaba apenas dos shows son ellos. Solo presencié la parte final del set, pero bastó. Un repertorio plagado de hits no es suficiente, y el carisma no se reemplaza con profesionalismo. “New sensation” y un cierre con “Never tears apart” terminaron por confirmar esta impresión. Lástima por los Harris, no se merecen este presente. Bah, no sé. Porque metieron un bis que nadie les pidió, así que tal vez sí lo merezcan. Chau Inxs, hola Calle 13.
            Todo un tema para mí Calle 13. No es la primera vez que los veo y sin duda tiene un vivo descomunal. Desde ya que han dejado de ser hace rato esa bandita que rozaba el reggaeton en sus comienzos. Pero tienen un discurso politizado que aunque lo intento, no les termino de creer. Eso de los ejecutivos de Adidas víctimas del engaño de un rapero de Puerto Rico es mas un chiste que otra cosa, y me pone a la defensiva ante ellos. Y aunque no son solo eso, y hay también mucha música en el medio, ese discurso suele quedar por delante de las canciones, que en muchos casos se sostienen por sí solas. Porque es cierto que cuando se sueltan en pasajes instrumentales la banda es un lujo (tienen un trompetista cubano que es una delicia), o que cuando abordan el hip hop  más denso como en “La bala” (dedicada anoche a Facundo Cabral) son implacables. Que tienen temas buenos y de los otros; que Residente y PG13 forman un tándem envidiable y que despliegan una energía sobre el escenario que es respondida con creces por parte de un público incondicional. Pero cuando suspenden un show en Comodoro Rivadavia aduciendo exagerado el precio de las entradas, pero aceptan hacer uno como el de anoche, con los tickets al mismo precio del que suspendieron, y en donde vendían un paty a $25 y un agua a $20, no hace otra cosa que aumentar mi sospecha. Todo esto más allá de la ironía de oír a Rene despotricando contra los programas de la farándula y cosechando aplausos desde un VIP en donde minutos antes sus concurrentes se sacaban fotos con cuanto famosos se cruzaran. Hubo música de la buena y arengas por doquier. La demostración de un cariño por la Argentina que resulta sincero. Hacia el final la versión de “Calma pueblo” puso a todo el mundo a cantar, y después la bella “Latinoamérica” con Pedro Aznar de invitado en coros. Cerraron con “Fiesta de locos” un tema de los pedorros, para trencito en cumpleaños de 15, pero que a su gente le gusta. Antes de dejar a Calle 13, dos últimas consideraciones: los cabritos brincan, René. Nosotros saltamos. Y además estaría bueno que ese discurso solidario que pregonan lo apliquen para con sus colegas músicos, porque sabiendo que se trataba de un festival, se cagaron en el resto de los artistas y extendieron su show por veinte minutos sobre lo establecido. Claro, con la mayoría del público de su lado y usándolo como freno ante las amenazas de corte de sonido, no les resultó muy difícil quedarse. No era un recital de Calle 13, era un festival con Calle 13 incluído, pero para quien se cree el centro del universo no parece fácil de entender.
            Y por fin Sonic Youth. Mientras el predio se vaciaba lentamente, porque la amplitud de estilos ni la curiosidad musical parecen ser atributos de los fans de Calle 13, nosotros nos aprontamos al escenario principal en donde Kim Gordon, Thurstoon Moore y los suyos nos esperaban para sacudirnos con “Sacred trickster” y “Calming the snake”, ambas de su último trabajo de estudio, “The eternal”, disco al que volverían más tarde con “What we now”. Si a alguien le quedaban dudas de si la reciente separación de la pareja que da vida a Sonic Youth iba a repercutir en la performance en vivo del grupo, las dudas habían quedado disipadas. Sonic Youth fue todo lo que esperábamos. Guitarras distorsionadas, acoples y ruidos y más ruidos. Sí, ruido en el sentido más musical de la palabra. Una bola sonora que se te mete por los poros y te posee. Una energética dosis de riff que se construyen y se desarman en canciones que no terminan por ser otra cosa que alaridos desesperados y trances de absoluto hipnotismo. No son necesarias muchas palabras desde el escenario, basta que un acople se demore y se defina en la intro de otro tema para entender la continuidad que Sonic Youth le da a un show sin respiro. Con citas a todos sus grandes álbums, privilegiando felizmente a “Sister” y “Daydream nation” en la elección. Del primero hicieron “Cotton crown”, “Stereo sanctity” y “White cross”, y del segundo “The sprawl”, “Hey Joni” y  el implacable “Cross the breeze”. Hay furia, estremecimientos, espasmos musculares siguiendo a esa energía que se desprende del escenario y que saca la noche del parámetro de espacio y tiempo en el que nos reconocemos. Lee Ranaldo arranca quejidos a guitarra con un arco de violín, Thurstoon Moore usa de slide a un ventilador que arrancó de uno de los lados del escenario. Cerca mío un tipo cercano a los cincuenta filma con su teléfono celular mientras todo su cuerpo se deshace en espasmos que convertirán la grabación en una toma digna de Michael Fox camarógrafo. La exageración y la exhuberancia sonora como emblema hace del show de Sonic Youth una experiencia incomparable. La banda sigue tocando y viaja a su pasado profundo  entregando dos temas de “Bad moon rising”: “Brave men run (in my family)”, y el voladísimo “Death valley ‘69”. “You’re perfect in the way, a perfect end today. You’re burining out their lights, and burning in their lights”, mejor cierre imposible, porque el final llegó con la descomunal “Sugar kane” mientras la organización del festival hace explotar antes de tiempo una bomba que lanza papelitos plateados, demostrando que no entendieron absolutamente nada, salvo que hay que encender rápido las luces y largar los fuegos artificiales, no sea cosa que a la gente se le ocurra pedir un bis. Eran cerca de las dos de la mañana, corría un viento fresquito y para salir había que atravesar los lagos de Palermo. Aún así, un “Eric’s trip” de despedida no hubiese venido nada mal como cierre ideal.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Personal Fest Dia 1: The Strokes


           
            Hacía rato que en este tipo de festivales no estaba tan entusiasmado con los line up. Más allá que uno siempre exagera a la hora de exigir, esta vez la gente de Pesonal se esmeró. Y más allá de eso, por primera vez se realiza este tipo de espectáculos en la sede San Martín del Club GEBA. Gigante, cómoda, sin vecinos cerca, y por lo tanto ideal para no escatimar en decibeles. Un tanto incómodo el acceso, pero realmente resultó un tema menor. Y ayer, en la primera jornada del Festival, la lluvia, que amagó a arruinar la noche, solamente se trató de un chaparrón fuerte pero pasajero.
            Llegué al predio caminando bajo la lluvia que empezaba a ser copiosa. La gente que había llevado paraguas se fastidiaba porque se los sacaban en la entrada, y los que compraban pilotos a $10 puteaban porque se desarmaban antes de poder calzarlos por la cabeza. Sonaban los White Lies, una de esas bandas que hacen culto a Ian Curtis, y que tiene algo de Ian McCulloch, o de Interpol, si uno no quiere irse tan atrás. Yo no los tenía tanto, escuché algo por curiosidad al saberlos partícipes del festival, y tengo que decir que aprovecharon al máximo los beneficios de un sonido impecable, con el volumen ideal para este tipo de conciertos masivos. Además la tormenta que se desató hacia el final del set le entregó un condimento especial: los rayos metían miedo y la gente en su combate contra el agua se dedicó a saltar, incluso cuando el ritmo no lo incentivaba. En seguida, en el escenario 2, con menor volumen, pero manteniendo la calidad del sonido, se presentaban los Broken Social Scene, el primero de mis platos fuertes. Los canadienses dieron un show impecable. Arrancaron a cuatro guitarras, incorporaron teclados y vientos e hicieron un set de recorrido parejo por todos sus discos. “World sick”, “Superconnected” fueron puntos fuertes del show. Terminaron de ganarse al público al invitar a Emilie Haines de Metric (una de las voces femeninas que los acompañó en sus comienzos) para hacer la sugestiva “Anthems for a seventeen year old girl”, y desatarse con “Almost crimes”.  A propósito, Metric es una cuenta pendiente para las productoras, tendrían una tercera o cuarta banda para un festival que les aseguraría un excelente show. Los BSS cerraron con el instrumental “Meet me in the basement” de su último disco. Adrenalítico riff al que se la van sumando instrumentos, y que sobre el final los vientos vuelven adictivo. Para los que no los conocían, inmejorable oportunidad para hacerlo. Los canadienses no solo no pasaron desapercibidos, sino que además convencieron por demás. Para los que los esperábamos, una confirmación de los que lo que preveíamos. Y en mi caso, me queda el lamento por haberme perdido el show de La Trastienda del martes. Claro, ese día estaba viendo a Charly, pero por el momento los científicos parecen más interesados en clonar a las personas, en lugar de disociarlas.
            Siguió Goldfrapp. Otra que aprovechó el sonido del escenario 1. Los británicos optaron por un set con los temas más bailables, y dejaron de lado la versión más intimista de su carrera. Alison apenas saludó a los gritos a un público que la siguió con atención, aunque sin demasiada efusividad. Se vio gente bailando en algún sector alejado del amontonamiento, pero poco más. Eso sí, momentos como “You never know”  y “Happiness” hicieron que el show valga la pena. Y el cierre con “Oh lala” y “Strict machine” resultó irresistible.
            A continuación fue el turno de Beady Eye. El único momento en el que la lluvia amagó con volver, pero los gruesos gotones que cayeron fueron apenas un susto. Bien. Beady Eye es Oasis sin Noel Gallagher. Y este es mucho más que un sencillo recuento de integrantes para algún desprevenido, sino que es una auténtica definición. La ausencia del hermano compositor hizo que Liam se muestre contento y desenvuelto. Hasta algo más humilde y simpático a veces. Andy Bell también aparece más suelto, y en los temas más potentes, Beady Eye alcanza una performance contundente. Abrieron “Four letter word” y “Beatles and stones” y tuvieron una buena parte del público a su favor. Sus fans se adelantaron hacia el escenario 2 e hicieron todo lo posible para hacer notar que para ellos, los británicos eran el punto fuerte de la noche. Como contrapartida, promediando el show, mucha gente se alejó para acomodarse mejor para el set de The Strokes. Y creo que no solo se trató de eso, sino que a medida que Beady Eye avanzó en su lista, el show fue decayendo. Cuando se trata de guitarras al frente, o incluso cuando incorporan tintes psicodélicos (“Wigwam”)  la banda se muestra compacta, pero cuando encaran temas más melodiosos es cuando el “sin Noel” prima, y a las canciones les falta vuelo creativo. Cerraron con Liam enfundado en una bandera argentina (antes había dedicado un tema al Kun Agüero) haciendo “Sons of stage”, el cover de World of Twist con el que vienen despidiéndose en la gira.
            Y por último The Strokes. Si alguien tenía dudas de sobre lo que los neoyorkinos eran capaces de dar arriba de un escenario, anoche se le fueron todas las dudas. Sobre una base machacante, las guitarras de Albert Hammond Jr. y Nick Valensi se sacan chispas. Julian Casablancas canta y se mueve con toda la indulgencia que uno espera. Y la banda arrolla por donde se la mire. Sin llegar a la continuidad enfermiza de los Ramones, el show se sostuvo en un encadenamiento de temas que no hacían más que duplicar la energía del anterior. Abrieron con “New York City cops” y “Heart in the cage” dejando en claro que no solo se trataba de presentar “Angels”. Sin embargo, canciones como “Under cover of darkness” y Machu Pichu” fueron platos fuertes del set. Ni hablar de  “You’re so right”, que de las nuevas, es la canción que más gana en su versión en vivo. La dupla de “Room of fire”, “12 51” y “Reptilia” terminaron por incendiar el escenario, con un público que combinaba pogo con pasitos dance, y piecitos rítmicos con cabeceos frenéticos. En The Strokes hay punk, hay Televisión, hay Lou Reed, y fundamentalmente hay una determinación a acuchillarte los músculos con guitarras de filo asesino. El final de un set breve, bien festivalero fue con la contundente “Juicebox” y el grito desesperado y agónico de “Last night”. Tras un breve receso, volvieron para despedirse con dos clásicos de su primer disco, “Hard to explain” y “Take or leave it” para un público que se quedó con ganas de más, pero al que no le quedó tiempo para pedirlo, porque las luces, la música y la irrupción de una andanada de fuegos artificiales, le indicó que la noche había terminado. Lo de los Strokes resultó una aplanadora (si ya sé, eso es de Divididos, pero juro que fue así) y si a alguien le quedan dudas, se busca el setlist en internet, y se lo arma  en grooveshark tal cual el orden de anoche. Si al cuarto tema no está saltando solo arriba de la cama, no escribo más crónicas de recitales.
            Hoy la segunda fecha. Y cierra Sonic Youth, nada menos.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Charly García en el Teatro Gran Rex - El angel vigía



            Cuando uno entraba anoche al Gran Rex le entregaban como programa un cuadernillo de tapas negras en donde figuraban las listas de temas de los tres conciertos de la serie con que Charly García festejaba sus sesenta años. La vanguardia es así, Detrás de las paredes y El ángel vigía. Tres conciertos, a veinte temas por noche. Sesenta años y sesenta canciones. Nada fuera de lo común, pero lo suficientemente tentador para estar allí cada una de las presentaciones. En mi caso, que fui solo la tercera, la primera reacción al estar ya acomodado en mi butaca, fue abrir el cuadernillo y decepcionarme con los setlist de los días previos. Empecé entonces por ese acto masoquista, mientras me negaba a ver la lista correspondiente a mi noche, algo que mi ansiedad hizo fracasar tras breves minutos de cavilaciones. Y comprendí que aún cuando hubiese ido las tres noches, también me hubieran quedado canciones en el debe. Claro, es Charly Garcia. El mismo Charly García que hacia el final del show va a decir algo como “van diecisiete canciones en este concierto, más las cuarenta de los otros dos, son cincuenta y siete. Y pensar que algunos con una sola...”, y un gesto de resignación irónica al que la gente va a responder rompiendo en furiosos aplausos.
            Cuando el telón se descorrió, se oyó la voz en off de Graciela Borges que inició su speach con un “La vida es una droga a la que se le acabó el efecto”, y por la pantalla trasera del escenario empezaron a mostrarse las tapas de cada uno de los discos de toda su carrera,  acompañado por un pedacito del tema más emblemático de cada trabajo. Si a alguno le faltaba memoria, allí tuvo un verdadero parámetro de la trayectoria del artista que engominado iba a aparecer sobre el escenario para dar puntapié al concierto con “Piano bar”. Junto a él, la banda que lo viene acompañando desde su regreso, con dos variantes: el japonés Hiuge Hayashida en segunda guitarra, y Rosario Ortega en reemplazo de Hilda Lizarazu. Pero además anoche, un trío de cuerdas,  más un polifacético Fernando Samalea se encargaron de darle un  marco más que especial a las versiones que Charly eligió para cerrar la triada de recitales. Y precisamente Samalea en bandoneón, es el que tiñe de tono tanguero a los dos primeros temas, porque pegadito a “Piano Bar”, “Canción de 2x3” sonó más porteña y melancólica que nunca. “I'm not in love” cambió a Gardel por Beatles, y “Plateado sobre plateado” resultó uno de los grandes rescates de la noche, con un destacado Samalea en vibrafón. Algunas huellas ya son la piel, y vaya si lo son.
            Las canciones eran interrumpidas por otra voz en off, la de Badía, que narraba historias absurdas sobre una mujer que robaba globos terráqueos de las escuelas y extraterrestres que embarazaban a las mujeres bellas de la tierra; o sobre una pregunta periodística al sobreviviente de un incendio, que consultado sobre el origen del fuego responde: “No sé. Estaba en llamas cuando me acosté”. Pasan también “El día que apagaron la luz” y “Deberías saber por qué” a la que la gente canta como cualquier otro clásico y provoca que Charly diga que es la primera vez que el público entiende esa canción. Alguien le agradece con un: genio!, a lo que Charly veloz responde: no. Genio es Maradona. Y anuncia una canción de la época “en que Maradona todavía hacía jueguitos y firuletes”, y cierra la primera parte del show con “Nuevos trapos”.
            El anunciado intervalo incluyó la proyección de partes de “Un perro andaluz”, el sueño surrealista de Luis Buñuel, mientras se escucha el piano de “20 trajes verdes” y la voz de Graciela Borges recita frases selectas de la poesía de García. Breve, pero a tono con la puesta conceptual del show. Un concierto que al regreso nos recibe con una andanada de rock and roll fenomenal, con “Popotitos” y “No se va a llamar mi amor”. Vaya uno a saber cuál es la fórmula de la alquimia química que consigue mantener a Charly en ese estado de lucidez. Pero lo cierto es que el tipo, aún con sus dificultades, pasea por el escenario, dirige a sus músicos, seduce a Rosario Ortega y hasta baila flexionando sus rodillas de una manera imposible de imaginar, cuando un año y medio atrás nos conformábamos con saberlo vivo y estábamos dispuestos a perdonarle cualquier torpeza con tal de escucharlo cantar aunque sea una vez más. Es tal el éxtasis sobre el escenario, que Charly decide bajar un poco los decibeles presentando a cada uno de los músicos de su banda, porque a continuación venía “Llorando en el espejo” (esta canción me hace llorar hasta a mí, García dixit) en una versión a la que las cuerdas hicieron más intensa que nunca. Y después “Por qué no te animás a despegar?” para seguir con el clima más denso, que se volverá a romper con “Raros peinados nuevos” y “Rap del exilio”.

            Ya no se trata de la sorpresa ante un tipo al que uno no creía poder ver de vuelta arriba de un escenario como en aquel diluvio de 2009, ni siquiera del músico prolijo que encaraba el repaso de su carrera con dignidad interpretativa en los Luna Park de 2010. No. Se trata de un artista que se muestra con sus neuronas abiertas a revisionar su obra desde otro lugar. Reentendiéndola, incluso autosorprendiéndose, reinventándola a veces y resignificándola otras. O acaso hay manera de recibir el impacto de la súplica de “Asesíname” (con dedicatoria a Celeste Cid) de la misma manera que  diez años atrás? O la “Canción para mi muerte” con la que cierra el tramo central del show que es cantada de memoria por todo el teatro mientras la banda intenta sostener la cadencia blusera de la versión que se habían propuesto ,sin desairar a la gente que sigue el tiempo de la melodía tal cual fuera grabada en el lejano “Vida”.
            Antes de los bises, que en realidad son parte programada del concierto y los que en definitiva le van a terminar de otorgar el carácter de glorioso, suena la versión García del himno mientras la pantalla muestra los créditos del concierto como si se tratase de un film. Para destacar  la mención a Juan Alberto Badía, que provoca aplausos al mismo nivel que la del “negro” García Lopez. Ya de regreso, Charly en el escenario acompañado solo por el trío de cello, viola y violín, se lanza a una emotiva versión de “Desarma y sangra”. El ángel vigía, leit motiv del tercer concierto de la serie, dice presente con unos arreglos de cuerdas deliciosos y que arropan al clásico de “Bicicletas” con una intensidad conmovedora. Y aunque en la platea todos sabemos lo que sigue cuando Charly dice que va a hacer un tema, que en realidad son tres (una suite! anunció), nadie podrá evitar los ojos enrojecidos que como inmediato correlato aparecen ni bien el maestro nos canta “Quiero verte la cara brillando como una esclava negra, sonriendo con ganas”. Sí, una “Eiti Leda” emocionante con el (aquí sí imprescindible) aporte de Rosario Ortega en la voz y una banda expandiéndose en su perfección sonora y llegando a lo más profundo de cada uno de los tipos que de pie no podemos quebrar nuestra perplejidad. Pero habrá más. Según el programa, lo que seguía era “Fanky” como para terminar todos bailando. Pero “Eiti Leda” habá dejado algo el ambiente que insinuaba que esa no era la continuidad adecuada. Y Charly llama a García Lopez y en voz baja le hace una sugerencia, entonces el negro arranca con “Cerca de la revolución” y el Gran Rex estalló para un final apoteósico.
            Poco se hizo esperar Charly para volver a cumplir con la lista prometida y regalarnos el “Fanky” que una vez superado el trance Seru, sí nos predisponía mejor a despedirnos bailando. Claro, todo esto si la palabra despedida hubiese estado en la cabeza de alguno de los que poblábamos el teatro. Porque no se movió nadie. Cantos, gritos, llamados. Que esta es la banda de Say No More, que si este no es aguante, el aguante donde está, y todo para convencer a un Charly, que aunque se demore unos cuantos minutos en volver, ya parecía convencido de antes. Y si al principio hablé sobre redescubrir canciones, “Instituciones” fue el gran redescubrimiento de esta serie de conciertos. Una versión que se inició en un tempo más veloz que la original, pero resultó implacable. “Tenes sábados, hembras y televisores” vocifera Charly, que se había dedicado parte de la noche a joder con Tinelli y su programa. Y es cuando todo va llegando a su fin el momento en el que  uno realmente cae de lo que acaba de ser testigo, con Charly arrodillado en el escenario, cantando aquello de "pero siempre el mismo terror a la soledad.....".Y uno que de tantos recitales que le ha visto cree haber pasado todo en materia de emociones se da cuenta que no tuvo ni para empezar. Inolvidable. A llevar los sueños al justo lugar entonces, aunque el teclado que quedó a salvo del telón clausurado genere alguna expectativa y haga que por casi veinte minutos nadie se mueva del teatro, hasta que la seguridad indique amablemente el camino de salida.
            Se repite 4, 8 y 11 de noviembre en el mismo teatro. Yo que ustedes en lugar de hacer cola en Casa Piano y lidiar con la AFIP por un puñado de billetes que si están verdes no los dejan salir, me voy derechito al Gran Rex a invertir en este Charly García. Que no conforme con haber resucitado una vez, promete que habrá más resurrecciones en su mundo.

           
    

sábado, 15 de octubre de 2011

Eric Clapton en River Plate

            Llegar a River un viernes a la noche es una auténtica odisea. Hay demasiados autos en la ciudad, todo bien con la producción record, pero hay que hacer algo. No sé, voltear iglesias para ensanchar calles podría ser una buena medida, pero no sé si alcanzaría. La cosa fue que llegué como nunca sobre la hora del concierto después de haber caminado desde Vertiz y Pampa en tiempo record. (Suelo caminar rápido, pero a veces temo que en el abuso termine pareciendo esos competidores que participan de las carreras de marcha en las olimpíadas, moviendo el torso de manera ridícula. Si alguna vez me ven haciendo eso...please, kill me). Además llegué con el convencimiento que después de dos noches albergando a Jutin Bieber, el Monumental iba a tener las butacas mojadas por las fans adolescentes del canadiense, así que en el camino solo me detuve a hacerme de una buena dosis de carilina. Ni tiempo tuve de acomodarme, ni siquiera de pedir la ampliación del límite de la tarjeta de crédito para poder comprar la botellita de agua que te venden a veinte mangos, porque no había terminado de recuperar al aire cuando se apagaron las luces y Eric Clapton arrancó el concierto con “Key to the Highway”.
            La relación entre Eric Clapton y ese estadio me producen una nostalgia muy particular. Su concierto del año ’90 fue el primer recital de una primera figura internacional que vi en mi vida, en una época en que no abundaban ni los conciertos ni el dinero para pagar las entradas. Pero mas allá de la distancia en el tiempo, Clapton llegó esta vez desde etapas muy diferentas. Aquella vez con un “Journeyman” caliente rotando en las radios. Un disco que lo había sacado  de la monotonía liviana a la que lo había sometido Phil Collins y dueño un puñado de hits imbatibles, como el irresistible “Bad love”. Esta vez, en la etapa avanzada de su carrera, Eric Clapton llega después de varios gestos de regreso a las fuentes: el disco con J.J. Cale, el homenaje a Robert Johnson, el reencuentro con Stevie Wonwood, el reciente trabajo con Winton Marsalis, y un disco que por título lleva su apellido, y que de haber sido editado en la etapa de apogeo de su carrera, nadie dudaría de calificar de clásico infaltable en cualquier discoteca. Así que el concierto estuvo signado por un saludable impronta blusera, en una noche que tuvo su primer estallido con “Hoochie Cookie man” y con “Old love” su primer momento de magia.
            No puedo evitar las comparaciones con aquel concierto de veinte años atrás. Aquella banda tenía una fuerza rockera demoledora. Esta vez Clapton llega con una banda que lo tiene como único guitarrista, y a la que las voces de Michelle John y Sharon White, más el hammond de Tim Carmon (la segunda gran figura de la noche) le otorgan una impronta que tiñe las versiones de una cadencia soulera que les hace dueñas de un encanto especial. La banda se completa con el piano de Chris Stainton, el bajo de Willlie Weeks, y tiene como baterista a nada menos que Steve Gadd (que andará dando alguna clínica en Buenos Aires, algo que también hará otro percusionista ilustre que nos visita por estos días: Ian Paice). La voz de Clapton se sigue escuchando reconocible, aunque ha perdido lógicos matices. Es el oficio y la ayuda de las inestimables coristas lo que hace que uno se olvide rápidamente de este detalle.
            A una excelente y festejada versión de “I shot the sheriff”, siguió el momento que tal vez haya sido el punto culminante del show: Eric Clapton sentado con su guitarra acústica y las descarnadas versiones de “Driftin’ blues” y “Nobody knows you when you’re down and out”. Blues en estado salvaje. Primal. La música negra como lamento y salvación, en la simpleza de doce compases. Nada se puede agregar a todo lo que se haya dicho de la manera en que el guitarrista británico se adueñó de la música negra y la forma en que la encarna como propia. Nada que se pueda agregar, aunque oyéndolo tocar uno tenga ganas de decir todo eso de nuevo, y más también. Pasaje extraordinario de la noche, y unos de esos instantes en los que uno se siente un auténtico privilegiado por haber podido presenciarlo. Después Eric siguió sentado, pero ya con la stratocaster devolviéndolo a la electricidad, e hizo una bella versión de “Lay down Sally”, más “When somebody thinks you’re wonderful”, el único tema que interpretó de su último disco. Cerró esa parte del set con la versión lenta de “Layla”, interesante como broche a la intimidad, pero que jamás logrará convencerme del todo. Y estoy seguro que desde algún lugar de la eternidad, Duane Allman me apoya en esta opinión.
            El cierre fue a puro clásico y emoción. Primero “Badge” mientras las pantallas mostraban a un tipo luciendo orgulloso la remera de “Disraeli gears”, y luego los suspiros con “Wonderful tonight”. Pero la noche venía blusera y Bo Diddley y Robert Johnson dijeron presentes cono “Before you acusse me” y “Little queen of spades”, versiones en las cuales la banda se lució como nunca, con momentos solistas de Chris Stainton, Tim Carmon, y el propio Eric, de altísimo vuelo y que resultaron fascinantes. Luego “Cocaine” como broche de oro. Oro blanco, si querés. Pero oro al fin.
            Mientras la banda recuperaba el aire y esperábamos los bises, yo me quedé pensando que el show que acababa de ver no era para un estadio. Mas allá del campo con butacas y todos los etcéteras posibles en cuanto a la relación entre entradas cortadas y precios, la verdad fue que me quedé con la idea de que la magnitud del lugar le había quitado parte de la magia al show. De todas maneras, después de dos noches de Justin Bieber, el estadio necesitaba un hechizo que lo saqué de tan mala influencia. Enrealidad, varios son los hechizos que se deben quebrar en el Monumental en estos tiempos. Y otra vez regresé mentalmente  a aquel concierto del año ’90, a aquella versión de “Croassroads” salvaje, poco emparentada con la bien blusera que empezaba a sonar ahora como despedida, mientras la encrucijada me llevó a recordar la sucesión de vueltas olímpicas en continuado que siguieron en los años inmediatamente posteriores al primer concierto. Y entonces siguiendo la orden de Mr. Johnson y el espíritu de la guitarra de Clapton, me digo que tal vez la solución esté en un pacto fáustico. Y entonces dispuesto a vender el alma, pido una aguja, me pincho el dedo, y mientras me voy cantando “I went down to the crossroads, fell down on my knees”, pregunto: dónde hay que firmar?
           

jueves, 29 de septiembre de 2011

Primal Scream en GEBA



Llegué a GEBA con una sensación extrañísima. Había pagado por un festival en el que solo me interesaba ver una sola banda. Tal vez la curiosidad de Jarabe de Palo, que eran los que pedían por un beso de la flaca cuando pisé el predio, que a esa hora estaba desierto. Ahí nomás en el escenario 2 aparacieron los Pista 2 y.....bueno, fue como si el rock urbano me empujara hacia afuera del predio y aproveché para chusmear un rato. Al regreso tocaban los venezolanos Caramelos de Cianuro, y aunque sonaban bien, su música no me provocó emoción alguna. Además el cantante me pareció el resultante de una fórmula matemática que se podría definir de esta manera: Trent Reznor – Fernando Ruiz Diaz + Robbie Williams. Pero mi festival eran los Primal Scream y para saciar mi ansiedad tuve que aguantarme la media hora que se retrasó el show, supongo que porque la gente estaba llegando tarde en un día laboral.
Bien, a esta altura poco se puede decir sobre Sreamadelica. Del hito inalcanzable que significó en la carrera de Primal Scream, de las influencias que generó durante dos décadas, de los músicos que todavía sobreviven utilizando como faro el molde de aquella obra cumbre. Y el show, se sabía, era un auto homenaje a ese disco que en está cumpliendo los veinte años de editado. Y a eso se abocaron los escoceses, mientras la percusión leve y el piano trajeron “Movin' on top” y esa introducción de ineludible referencia, la que podría llamarse tranquilamente “Sympathy for the trip”. Fórmula marca registrada, climas que se expanden y crecen, la voz femenina que parece un coro gospel completo y un irresistible ingreso al mundo psicodélico de Bobby Gillespie y sus muchachos. Y obedeciendo al disco, siguieron con “Slip inside this house” y el justo tributo ácido al delirio de Rocky Erikson.
Después llegó el momento del lucimiento de Mary Pearce, la voz femenina que los acompaña en la gira y que entregó una interpretación de “Don't fight It, feel It” de altísima intensidad. Aún así, gran parte del público les era ajeno y se notó la dificultad para establecer conexión con la propuesta de la banda. Para colmo la hermosa “Damaged” sufrió una merma en el sonido, dificultad que llevó a que muchos nos desconectemos con el clima que se empezaba generar.
“I'm comin' down” fue la encargada de reconstruir las cosas y el show lentamente fue recuperando el ambiente. Y a partir de “Higher than the sun” se produjo el efecto esperado en el show y por fin encontramos lo que habíamos ido a buscar. Hipnosis absoluta. La piel se vuelve insensible, la vista se pierde en los círculos concéntricos y multicolores que se proyectan desde las cinco pantallas que custodian el escenario. Los cuerpos elevados se estremecen bajo el signo de un éxtasis sensitivo en una agonía interminable, con saxos y guitarras que conmueven en aullidos que hacen del trance una experiencia tan caótica como irresistible. Va un meddley con “Who do you love”, algo que Morrison hubiera sabido apreciar (si es que no lo hizo mezclado entre nosotros) y sigue “Loaded” que redobla la apuesta para decantar en el “Come together” que no solo cierra el show sino también ese disco que anoche se mostró inmune al paso del tiempo. Así como en “Alta fidelidad” los melómanos se preguntan por lo mejores temas de apertura de un disco, ese cierre merece una nominación especial en el absurdo ejercicio de elegir los mejores temas finales de álbumes clásicos. Y el “We are together, we are unified” se repite y se suma al “come together as one”, y el teclado se eleva en volumen y aturde en la despedida anárquica. Desde el escenario se habló de orgasmo masivo, y algo de eso fue lo que ocurrió. Y mientras yo me dejo llevar por un clima que puede durar minutos, pero que pueden parecer horas, Gillespie arranca cantando “Country girl”, el potente hit de “Riot city blues”. Y yo ahí sentí que el clima se quebraba por completo. No es que no me guste, fueron como los bises pero en continuado y poco tenía eso que ver con lo que estaba sucediendo antes. Como si las chicas del comercial de Gancia entraran a los gritos por la ventana en medio de la clase de yoga. Son divinas chicas, las amo a todas, pero la fiesta no era hoy. No es que esté mal, pero en ese momento Primal Scream se vuelve una banda completamente diferente. Ojo, los tipos la rockean, pero esa versión de los escoceses es la de un grupo al cual, en medio de la hiperabundancia de shows, no me hubiese costado relegar en pos de otras opciones. Siguieron con “Jailbird” y cerraron con “Rocks” cuando el cuerpo ya se había acostumbrado al nuevo pulso de la banda y el rito irresistible era acompañado por unos pies a los que todavía les costaba volver a la superficie. No es que haya estado mal ni mucho menos, sino que fue otra cosa.
Lo que siguió en la noche del festival fue un despropósito. Snow Patrol no puede suceder a Primal Scream. Señores de la gaseosa que no sirve para ni para rebajar el fernet Capri: ustedes violaron el orden lógico del universo. Pusieron al after office después de la noche descontrolada e interminable. Invirtieron las cosas y los dioses los castigarán otorgándole sabor a remedio a su producto por el resto de la eternidad. Una locura ilógica por donde se la mire. Como atacar la caja de los Capitán del Espacio antes de encender el porro. Encima en el medio estuvieron los Volador G y su cantante que le debe haber vendido el alma al diablo a cambio de la voz de Richard Coleman. Y después sí los Snow Patrol. Si les digo que dieron un show prolijo me creen, verdad? Que los temas que estrenaron mantienen la linea de los anteriores, también me creen, no? Que el cantante fue demagógico en extremo también era provisible, pero fue un asco, un relajo de demagogia para una banda que en el mejor de los casos vale como el Coldplay menos inspirado. Pero la gente lo disfrutó, y a decir verdad, el campo (especialmente el VIP) estaba lleno de fans de la banda. Eso sí, el primer tema de los bises estuvo muy bien Pero yo fui a ver a Primal Scream, así que el show de Snow Patrol que se los cuente otro, mientras yo me voy a buscar mi 2x1 de Daikiri en la happy hour de Palermo.