domingo, 4 de julio de 2010

Divididos en el Luna Park

En una de las tantas publicidades mundialistas, de esas en las que se pretende rescatar la argentinidad desde las características más insólitas y que por al menos tres minutos casi consiguen hacernos sentir los mejores del mundo, se mostraba a europeos sorprendidos porque ante una derrota deportiva los argentinos nos afligimos a tal punto de no salir a bares, a boliches, a cualquier tipo de reunión. A pocas horas de la derrota frente Alemania, Divididos tocaba en el Luna Park. Y ya se sabe: la publicidad miente, y si encima la publicidad es de algún integrante del grupo Clarín, miente dos veces. Porque lo que se vivió anoche en el Luna Park fue una auténtica fiesta. Y en un día en donde las penas nuestras eran de las grandes y las vaquitas parecían más ajenas que nunca, Divididos nos demostró que hay muchas cosas más que nos unen a los argentinos la margen del futbol: la música esencialmente, pero también la tierra, la cultura, la gente.
Fue una noche en la que Divididos reservó su versión aplanadora para el arranque y cierra del show, porque buena parte del recorrido estuvo cargado de sonidos folklóricos, de instantes mágicos, de bombos y vientos milenarios que subían y bajaban del escenario e impregnaban de una intensidad mística cada una de las canciones que la voz de Mollo cantaba al unísono con miles de gargantas. El arranque fue pura energía extraída de “Amapola del ‘66”: “Hombre en U”, “Buscado un ángel”, “Mantecoso” y “Muerto a laburar”. La puesta lumínica fue soberbia. Detrás del escenario giraba un molino que parecía disparar miles de haces multicolores que se aunaban con la música de manera efectiva. Detrás de los platillos, los brazos de Catriel parecían multiplicarse convirtiéndolo en un auténtico (perdón) pulpo. Pero bastó que Mollo y Arnedo tomen asiento y el pulso de la batería marque el inicio de “Vientito de Tucumán” para empezar a entender cual sería el clima en que se enmarcaría el concierto a partir de allí. Le siguió una versión de “Par mil” a la cual la electricidad hizo estremecedora.
Cuando Arnedo se aprestaba para su “Avanzando retroceden” se produjo la única referencia al Mundial de futbol: algunos cantos por Maradona y gritos tibios incitando a saltar al que no sea alemán y que Diego pretendió calmar haciendo un reconocimiento al rendimiento futbolístico de los teutones que a la gente pareció no convencerla del todo. Eso sí, cuando en la noche los “Ole, ole, ole, Diego, Diego” volvieron a escucharse, tuvieron al bajista por exclusivo destinatario. Todo ese tramo del concierto tuvo por condimento el permanente auxilio de invitados que tiñeron las canciones de la atmósfera exacta que Divididos pretendía. Quenas, charangos, cajas, los celebrados Juan Saavedra y Sandra Farías con sus bombos y sus bailes, y especialmente Micaela Chauque que con sus vientos y su voz proveniente de las mismísimas entrañas de la puna fueron los artífices para que el Luna Park haga honor a su nombre y sea un auténtico parque de luna. Fuero los momentos de las imágenes de Tilcara, de “Guanuqueando”, de un “Que ves” convertido en un reggae norteño, del tránsito por los senderos de Jujuy, de la chacarera “La flor azul”, de la potencia del trío conviviendo con los sonidos de la tierra, del pedido por la reforma a la Ley de Minería, de “Crisófolo Cacarnú”, y con dos momentos culminantes: la voz dramática y urgente de Ruben Patagonia, y el ingreso de Fortunato Ramos con su erque para “Mañana en el abasto”, mientras Micaela Chauque improvisaba bagualas citando a Dividos, al Luna Park y a una noche que a esa altura era inolvidable.
Luego de tocar “Todos” en homenaje a las víctimas del Colegio Ecos en el accidente de Santa Fe mientras se proyectaba el video en el que participaron Leon Gieco, Gaston Pauls, Ernestina Pais y Luis Alberto Spinetta entre otros, fue el turno de “El perro funk”, con la presencia de Coco, el perro labrador de Mollo sobre el escenario y que devuelve el sonido de Divididos a los tiempos del recordado “Acariciando lo áspero”. A continuación fue el turno de “Sucio y desprolijo” con el lógico recuerdo de Pappo y un final a toda adrenalina: “Rasputin”, “El 38” y “Ala delta”, esta última precedida por una improvisación de Arnedo en el bajo, mientras cambiaban el parche del bombo en la batería de Catriel Ciavarella. Pero había lugar a más sorpresas e invitados. Ciro Fogliatta en el Hammond y una auténtica selección de voces femeninas (Isabel de Sebastián, Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu y Claudia Puyo) se sumaron al trío para el cover de “With a little help from my friends” en el formato que Joe Cocker inmortalizara en Woodstock. Mas allá de la pelea de mis oídos con la pronunciación que tiene Ricardo Mollo del ingles, la versión fue un gran acierto de Divididos.
Para la despedida quedó “Amapola del ‘66” con el “ponte de pie” con dedicatoria especial a Gustavo Cerati y que terminó con Mollo y Arnedo descolgándose los instrumentos y un escenario ocupado por siete bombos y un siku. Habían pasado casi tres horas, pero el destino nos tenía reservado un plus: la presencia de Roberto Pettinato dio lugar a una furiosa versión de “Next week” para un final apoteósico, en el que las ganas de Petti, Arnedo y Catriel hicieron interminable. Después fue el turno de los saludos de rigor, y mientras las luces del estadio se iban encendiendo de poco, en la lenta salida nadie parecía acordarse del partido de la tarde. Hoy, con los titulares de los diarios y los análisis de la TV devolviéndome a la decepcionante realidad futbolística, me pregunto cómo hubiese resultado el show de anoche con la secuela de un final inverso. Y con el temor de que una eventual y desmedida euforia mundialista hubiese conspirado con el clima del recital de Divididos, en voz baja me autoconvenzo y hasta consigo encontrarle al 4 a 0 un único saldo positivo.