sábado, 20 de marzo de 2010

Charly Garcia en el Luna Park

Después del regreso en Velez con aquella tremenda carga de emociones y recuerdos, con la tormenta entregándole el marco épico a un regreso en el que muy pocos creían, me preguntaba qué es lo que yo esperaba de este segundo encuentro con Charly García. Porque ahora sabía de lo que había sido capaz, de ese milagro que había sucedido ante mis ojos incrédulos, con las mejillas pobladas de lágrimas y gotas de lluvia, en aquella noche de resurrección y desafío a la naturaleza en todos sus preceptos. Entonces decidí ir al Luna Park intentando borrar todas esas imágenes y olvidarme de la historia reciente para ver a un artista en actividad. Al fin y al cabo, los ecos de los conciertos en Mar del Plata y Cosquín rock justificaban hacerlo de esta manera. Pero claro, se trata de Charly García y él siempre es capaz de doblar la apuesta.
Si bien el orden fue distinto (abrió con “Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet” y “Rap del exilio”, todas de Piano bar) la elección de los temas fue básicamente la misma. Lo mejor de su carrera solista interpretado por una banda ajustadísima hasta la perfección, condición que, a decir verdad, Charly no perdió aun en sus peores días. Pero si aquella noche tormentosa del 23 de Octubre Charly García nos había sorprendido por su estado, lo de esta serie de conciertos es sencillamente conmovedor. De a poco se va soltando, ya sus pasos no son tan medidos ni meditados, el recorrido entre el taburete frente al piano y el micrófono en el centro del escenario es más seguro y decidido. Pero además sus manos se van amigando con las teclas del piano, su voz suena cada vez más limpia, tal vez el aspecto de su recuperación en el que yo menos esperaba cambios sustanciales. Es un placer disfrutar de la voz de Hilda Lizarazu haciendo coros y agregando matices, sin la obligación de andar reparando o completando las palabras olvidadas e ininteligibles de García. Y esa banda de apoyo (la misma del regreso, los tres chilenos, el “negro” García Lopez y Von Quitiero, además de Hilda) hace que todo resulte más fácil para Charly. Juntos consiguen pasajes poderosísimos (“El amor espera”, “Nos siguen pegando abajo”), pero alcanzan su mejor momento en climas de intensidad pasmosa como “Yendo de la cama al living”, “Adela en el carrousell” y en el final de “Llorando en el espejo”.
Esta vez sí se pudo disfrutar de la soberbia puesta en escena de Pichón Baldinú, y el inició se produjo cuando cayó el telón gigante que cubría el escenario y los músicos se iban arrancando los trajes plateados en donde estaban envueltos. Se pudo ver a Charly cantar “No soy un extraño” mientras se eleva sentado sobre una especie de mármol, y a la bailarina que vuela sobre las cabezas de todos en “Pasajera en trance”. Y hubo tiempo para un estreno, “La medicina del amor” o “del doctor” (García mismo la presentó así), un funky con su sello. Y volvieron a repertorio “Filosofía barata y zapatos de goma” y “Nuevos trapos”, este último casi como leit motiv del show, por aquello de “siempre es como la primera vez”. Pero el momento emotivo por excelencia se produjo cuando subió al escenario Fito Paez, presentado como gran artista y directos de cine (Charly no deja de ser transgresor….) y juntos hicieron “Desarma y sangra”, mientras la gente miraba hipnotizada y cantaba lagrimeando.
A lo largo del show cantamos con “Raros peinados nuevos” e “Influencia”, saltamos con “Cerca de la revolución”, bailamos con “Fanky”, y nos emocionamos con “No te animás a despegar” y “Rezo por vos”. Ese primer tramo terminó en éxtasis con “Me siento mucho mejor” y “No voy en tren” como despedida.
Claro que iba a haber bises y como en Velez “Deberías saber por qué” fue el tema encargado de devolvernos a Charly al escenario. Pero había sorpresas, y de las grandes. Un nuevo invitado, nada menos que Pedro Aznar. Y verlo a Pedro doblado sobre su bajo al lado de Charly me hace dueño de un privilegio único. Y escucharlo meter el solo en “Perro Andaluz” hace que me den ganas de treparme al escenario a abrazarlos a todos. Maravilla de versión. Pedro amaga a irse, y Charly dice que le pidió una más. Y arrancan con “Seminare” y el corazón vuelve a decir que sí. No hay respiro. “Y ahora como seguimos?” se pregunta el maestro con razón y la respuesta la entregan las demoledoras “Rock and roll yo” y “No toquen” para repetir el final de Velez. Podría haber sido un cierre perfecto, pero a un García encendido no hay que desperdiciarlo y la gente se queda y lo hace volver. Un nuevo amiguete, Juanse ahora, para contar la historia desquiciada de Mr Jones y su familia. Se nota que estamos fuera de programa (la voz de Charly entró a destiempo) pero a nadie le importa. Y Charly le pide a la gente que elija el final. Y automáticamente yo me retrotraigo a la noche del concierto subacuático y me acuerdo de la tremenda versión de “Buscando un símbolo de paz” mientras desde cada lugar del estadio se gritan nombres de canciones de todos lo tiempos. Pero sucede algo mágico: desde el campo la gente se pone a cantar sola. Primero despacito, cada vez más fuerte. El colectivo apela al inconsciente, Charly dice “qué delicados!” pero nos da el gusto, y cantamos todos de nuevo una vez más. Era mucho más de lo que uno podía pedir o imaginar, pero había tiempo para un poco más. Escenario vacío nuevamente. Todos miramos hacia la derecha esperando una señal que se demora. Y como esos viejos wines de los ’50, mientras todos esperamos que salga por de un lado, Charly nos engaña y aparece del otro para sentarse en su piano. “No sé qué hacer, pero se me ocurrió algo”, nos confía, y a casi 35 años del adiós de Sui Generis en le mismo estadio, solito nos recuerda que “Hubo un tiempo que fue hermoso …”, y a esta altura tengo que pedir perdón, porque es muy difícil seguir. Voy a hacer lo mismo que Charly: me voy y los dejo cantando a capella.

sábado, 13 de marzo de 2010

Tony Levin en el Teatro ND Ateneo

Voy a empezar por una afirmación ineludible: Tony Levin, Pat Mastelotto y Michael Bernier son tres animales. Lo sabía antes del show (bueno, tal vez no sabia tanto de Michael), pero verlos arriba de un escenario no hace más que confirmarlo con creces. Llegué al Nd Ateneo con las mayores expectativas, y terminé saliendo con la convicción que ante semejantes músicos no hay expectativa válida, porque siempre son capaces de superar la valla más alta que uno se atreva a fijarles.
Desde la apertura (“Welcome” y “Sasquatch”) quedó claro cuál iba a ser la tónica del concierto: Levin y Bernier sacándole el jugo a las innumerables posibilidades sonoras de sus stick, y Mastelotto demoliendo cualquier lógica rítmica para encontrarse, perderse y reencontrarse con sus compañeros una y otra vez, como si entrar y salir de esos laberintos musicales fuese la cosa más sencilla del mundo. Yen la práctica si uno cerrase los ojos y solo se abocara a concentrar todos sus sentidos en el oído, le costaría creer que arriba del escenario no haya menos de seis personas. Porque cuando al tercer tema suena el primer clásico de la noche (Red”), uno puede sentir que sobre el escenario está King Crimson completo. Pero no. Aunque uno crea que Fripp y Belew andan escondidos por allí son ellos tres solitos dispuestos a arrasarnos con su energía a lo largo de la noche.
Michael Bernier toca con arco en varios tramos (“Inside the red pyramid” será la primera ocasión) incluído su set solista, entonces los stick además de bajo, guitarra, también funcionan como colchones de cuerdas sintetizadas que se intercalan y por momentos aplacan los climas demoledores durante las casi dos horas de show. Mastelotto combina la batería acústica con percusión electrónica y aporta al sonido timbres musicales diversos que decoran cada uno de los temas. Y no hace falta decir que lo de Tony Levin es fantástico. Sus dedos recorren el stick sin tregua, aportan texturas infinitas, combinan armonías imposibles y se desatan en contrapuntos con Bernier que dejan perplejos al público. Levin y Bernier, además se reparten las voces en los pocos tramos cantados del show. Stick men es una maquinaria perfectamente ensamblada y con cada tema parece perfeccionarse aun más consiguiendo interpretaciones decididamente increíbles. Como por ejemplo “Tsunami surfing”, composición tan intrincada y temeraria como la proclamada misión que le da nombre al tema.
Y hacia el final, Tony Levin se dedica a sacarle fotos al público con su camarita, y proclama su felicidad por la gira por Latinoamérica, pero dice que especialmente disfruta de Argentina; y declara a nuestro país segundo hogar de King Crimson, y a nosotros se nos cae la baba, porque el tipo lo dice con una humildad absoluta. La misma humildad con la que anuncia que se va a quedar firmando Cd’s en el hall del teatro, y con la que en el tramo final se adentra en el “Firebird” de Igor Stravinsky. Y la elección no puede ser más acertada, porque esos cambios de ritmos y las armonías politonales tan propias del compositor ruso le sientan de maravillas al trío. Y se va Stravinsky y empiezan a sonar los acordes de “Indiscipline” y uno ya no puede pedir más. Y dentro de una excelente versión del clásico de Crimson, Pat Masteloto, del que creíamos haberlo visto todo, nos demuestra que en realidad no habíamos visto nada. Porque la performance del baterista es sencillamente descomunal y el broche perfecto para el show; que tendría un regreso al escenario para dos temas más y otro cierre poderosísimo con “Relentless”. Y los tres músicos se abrazan y Tony Levin vuelve a sacar fotitos para su Road Diary, y se vuelve hacia su compañeros y pregunta: una más? Y la gente estalla, porque además esa “una más” no es cualquier “una más”, sino “Elephant talk” y entonces sí uno puede darse por satisfecho y salir a la madruga del sábado inmensamente feliz, aunque al mismo tiempo mirándose los dedos resignado y dándose cuenta que no hay “roña” Castro capaz de ponerlos a esa altura, porque como sabiamente dice Capusotto en la piel de Juan Carlos Pelotudo: es imposible!